PALABRAS A LA MESA DE NEGOCIACIÓN Y ACUERDOS
Conferencia Episcopal Venezolana

1.- INTRODUCCIÓN

Permítannos comenzar estas palabras agradeciendo de corazón la disposición, de todos Ustedes, de recibir a la Conferencia Episcopal en el pleno de esta Mesa de Negociación y Acuerdos, en la que están puestos los ojos y depositadas las esperanzas de todos los venezolanos.
No nos sentimos ajenos a la razón de ser de esta Mesa, que comenzó su caminar hace dos meses al cobijo de la Iglesia. Ella nació como fruto de la convicción de que Venezuela estaba escindida, dividida, enferma. Por ello, se hizo necesario recurrir a la mediación internacional de la Organización de Estados Americanos (OEA), del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y del Centro Carter. Desde ese momento hemos puesto nuestra confianza en el éxito de los trabajos y resoluciones de este foro. Con esta visita ratificamos esta convicción.
Hemos venido ante Ustedes, como venezolanos, como creyentes, como pastores, porque “nos urge la caridad de Cristo” (2ª. Cor, 5, 9). Creemos interpretar, en la forma más unánime posible, el dramático sentimiento y los más nobles anhelos que apremian a nuestro pueblo. Experimentamos la interpelación que nos viene de la fe y de nuestra condición de guías espirituales. Ahora, más que nunca, es preciso poner el bien común de los venezolanos por encima de intereses individuales y grupales, por más legítimos que sean.

2.- GRAVEDAD DEL MOMENTO
El prolongado enfrentamiento político, en la actualidad, ha adquirido muy peligrosos niveles de crispación y violencia verbal, física y moral. Por lo mismo, mientras más se radicalice, como desgraciadamente se prevé, no dejaría vencedores ni vencidos, sino una gran derrotada: Venezuela, es decir, perderíamos todos: los más pobres, la clase media, los empresarios; las comunidades, las familias, las amistades. Estamos convencidos de que es imposible pensar que a mí -o a mi grupo- le va a ir bien, si no nos va bien a todos. No es el momento de echarnos las culpas mutuamente, de descalificarnos, de pensar en responsabilizar exclusivamente a los demás. La barca de la patria zozobra, por lo que la solidaridad y la fraternidad exigen que nos salvemos juntos. Para ello, las partes en conflicto, gobierno y oposición, y la sociedad toda, tenemos que poner nuestras capacidades al servicio de cada uno de los venezolanos.
Pedimos a la nación entera y a quienes aquí la representan, que activen todos los medios para evitar la caída en el abismo de la violencia y de la destrucción, y para restablecer la convivencia, recuperar la paz y edificar juntos el país. Reconciliémonos para reconstruirnos y renovarnos institucionalmente.
Es muy oportuna la llamada del Santo Padre Juan Pablo II en su reciente Mensaje para la Celebración de la Jornada Mundial de la Paz: mientras “ quienes ocupan puestos de responsabilidad no acepten cuestionarse con valentía su modo de administrar el poder y de procurar el bienestar de sus pueblos, será difícil imaginar que se pueda progresar verdaderamente hacia la paz” (No.7).

3.- URGIR ACUERDOS
Ustedes, miembros de esta Mesa, son protagonistas de un largo caminar para el que definieron unos puntos mínimos, sobre los que había que dialogar y encontrar soluciones y acuerdos. Negociar es reconocer que la razón no está de una sola parte y que las diversidades deben ser analizadas con disposición de encontrar un camino. Lograr acuerdos es llegar a puntos concretos de común aceptación. Con todo respeto les pedimos que se consagren, con urgencia, a dar las respuestas que el país aguarda con angustia y esperanza.
El primer objetivo que Uds. se asignaron fue encontrar una salida pacífica, democrática y electoral, a la actual crisis. Sabia decisión, pues la situación convierte en imperativo el que sea el pueblo mismo quien libremente decida su destino.
En su agenda prioritaria, incluyeron, igualmente, encarar la creciente violencia social y política, y la intolerancia ideológica, con su dolorosa secuela de numerosas violaciones a los derechos humanos, que permanecen hasta ahora en la más absoluta impunidad. Ello ha llevado a la pérdida de confianza en la credibilidad de las instituciones judiciales y, en general, de los poderes públicos autónomos, lo que ha derivado en la desobediencia civil de muchos, y nos encamina, peligrosamente, a la anarquía y la destrucción.
Ustedes asumieron, además, el compromiso de encontrar fórmulas, como la creación de una Comisión de la Verdad, imparcial y con respaldo internacional, para facilitar al Estado venezolano el cumplimiento de su ineludible obligación de establecer responsabilidades y sancionar culpabilidades, en el caso de los delitos de violencia política.
Ustedes tienen la obligación, moral e histórica, de hallar una respuesta efectiva a estos compromisos.

4. RECONSTRUIR LA CASA DE TODOS.
Una solución positiva a la presente crisis nacional ha de proyectarse hacia un horizonte que responda a las más sentidas necesidades y los más hondos anhelos de los venezolanos. Cobra todavía mayor oportunidad lo que expresamos en octubre pasado: “Quienes amamos a esta tierra, bien por haber nacido aquí, o por haberse sembrado en ella, hemos de hacer de Venezuela una casa común en la que todos quepamos y nos respetemos; donde nos comprendamos y ayudemos, sin excluirnos, amedrentarnos o perseguirnos; sin que seamos para los demás motivo de temor. Una casa en la que no nos armemos para imponernos ... Una casa en la que no sean el odio el tono del relacionamiento social ni la violencia el mecanismo del éxito. El Padre de la Patria nos dejó como testamento un apremiante compromiso de unidad por encima de partidos y diferencias” (CEV, Entendámonos para sobrevivir, 18.10.02).
Esta casa, precisamente, para que sea nuestra, común, tenemos que edificarla sobre la impostergable tarea de superar el mal endémico de la pobreza y de asumir eficazmente el desafío de un desarrollo integral, compartido. Una tarea así debe conjugar los valores de la verdad y la libertad, la iniciativa personal y la solidaridad, la justicia y la paz.
Como creyentes, estamos convencidos de las potencialidades de estos valores, pero también de la necesidad del auxilio divino, sin el cual no podremos llevar a cabo un proyecto de tanta trascendencia. El salmista nos recuerda: “Si Dios no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. Si no guarda Dios la ciudad, en vano vigilan sus centinelas” (Salmo 126).
A pesar de las dificultades y limitaciones que Ustedes encuentran en este complejo trabajo, queremos subrayar la importancia trascendental de la Mesa y agradecer, a la OEA y, especialmente a su Secretario General, Doctor César Gaviria, al PNUD y al Centro Carter, su perseverante apoyo.
Nos despedimos, llenos de esperanza, con la convicción, de que también para Ustedes se cumplirán las palabras del profeta Isaías: “Tú sales, Señor, al encuentro de aquellos que practican la justicia y tienen en la mente tus caminos” (Is, 64,5).

Caracas, 10 de Enero, 2003.

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