Caudillo, Ejército, Pueblo

 

EL MODELO VENEZOLANO

O

 LA POSDEMOCRACIA

 

Norberto Ceresole ([1])

Caracas, Enero-Febrero de 1999 ([2])

 

INDICE

Capítulo 1:

Caudillo, Ejército, Pueblo

Capítulo 2:

La participación popular

Capítulo 3:

La situación internacional. La crisis del Nuevo Orden Mundial

Resumen y Conclusiones:

Cambios internos y Conflictos externos

 

 CAPÍTULO 1

 

Caudillo, Ejército, Pueblo

 

 "Pero el enemigo es una fuerza objetiva... El enemigo auténtico no se deja engañar... Cuidado, pues. No hables ligeramente del enemigo. Uno se clasifica por sus enemigos. Te pones en cierta categoría por lo que reconoces como enemistad. Es fatal el caso de los destructores que se justifican con el argumento de que hay que aniquilar a los destructores. Toda destrucción es autodestrucción. El enemigo, en cambio, es lo otro"

 

Carl Schmitt, Ex Captivitate Salus.

 

 La orden que emite el pueblo de Venezuela el 6 de diciembre de 1998 es clara y terminante. Una persona física, y no una idea abstracta o un “partido” genérico, fue “delegada” - por ese pueblo - para ejercer un poder. La orden popular que definió ese poder físico y personal incluyó, por supuesto, la necesidad de transformar integralmente el país y re-ubicar a Venezuela, de una manera distinta, en el sistema internacional.

 

Hay entonces una orden social mayoritaria que transforma a un antiguo líder militar en un caudillo nacional. La transformación de aquel líder en este caudillo hubiese sido imposible de no haber mediado: 1) el golpe de Estado anterior no consumado y, 2) de no haberse producido la decisión democrática del pueblo de Venezuela del 6 de diciembre de 1998. Es una decisión democrática pocas veces vista en la historia moderna lo que transforma un líder “golpista” en un jefe nacional. Hubo decisión democrática porque antes hubo una militarización de la política. El anterior golpismo - la necesario militarización de la política - fue la condición sine qua non de la existencia de un Modelo Venezolano posdemocrático. De allí que no deba sorprender a nadie la aparición - en el futuro inmediato - de un “partido” cívico-militar, como conductor secundario - detrás del caudillo nacional - del proceso revolucionario venezolano.

 

Todos estos elementos [“Orden”, o “mandato popular”; líder militar devenido en caudillo o jefe nacional; ausencia de instituciones intermedias eficaces; presencia de un grupo importante de “apóstoles” (núcleo del futuro partido “cívico-militar”) que intermedian con generosidad y grandeza entre el caudillo y la masa; ausencia de ideologizaciones parasitarias preexistentes, etc.] conforman un modelo de cambio - en verdad, un modelo revolucionario - absolutamente inédito, aunque con claras tradiciones históricas, hasta el momento subestimadas y denigradas por el pensamiento sociológico anglo-norteamericano.

 

El modelo venezolano no es una construcción teórica, sino una emergencia de la realidad. Es el resultado de una confluencia de factores que podríamos definir como “físicos”  (en oposición a los llamados factores “ideológicos”) que no habían sido pre-pensados. El resultado de esa confluencia de factores es un modelo revolucionario que pivota sobre una relación básica entre un caudillo nacional y una masa popular absolutamente mayoritaria, que lo designó a él, personalmente, como su representante, para operar un cambio amplio pero sobre todo profundo.

 

El modelo venezolano no se parece a nada de lo conocido, aunque nos recuerda una historia propia, que generalmente hemos negado por nuestra anterior adscripción y subordinación ante los tabúes del pensamiento occidental-racionalista (marxismo incluído):

 

   *Se diferencia del “modelo democrático” (tanto liberal como neo-liberal) porque dentro de la orden popular (mandato) está implícita - con claridad meridiana - la idea de que el poder debe permanecer concentrado, unificado y centralizado (el pueblo elige a una persona (que es automáticamente proyectada al plano de la metapolítica) y no a una “idea” o “institución”). No es un modelo “anti-democrático”, sino “pos-democrático”.

 

   *Se diferencia de todas las formas de “socialismo real” conocidas durante el siglo XX, porque ni la “ideología” ni el “partido” juegan roles dogmáticos, ni siquiera significativos. En todos los casos conocidos los partidos comunistas llegan al poder por guerra civil interior, guerra internacional o invasión militar.

 

   *Se diferencia de los caudillismos tradicionales o “conservadores”, porque el mandato u orden popular que transforma a un líder militar en un dirigente nacional con proyecciones internacionales fue expresado no sólo democráticamente, sino, además, con un sentido determinado: conservación de la cultura (independencia nacional), pero transformación de la estructura (social, económica y moral).

 

   *Es distinto de los nacionalismos europeos de la primera posguerra, por algunos de los elementos ya señalados que lo diferencian del “socialismo real”: ni “partido” ni “ideología” cumplen funciones motoras dentro del modelo, aunque aquellos partidos nacionalistas hayan llegado al poder por decisiones originalmente democráticas (voto popular).

 

El modelo venezolano posdemocrático es una manifestación clara de que en la América de raíz hispánica existen fuerzas profundas que buscan diferenciarla de los modelos independentistas instaurados por las revoluciones inglesa y francesa del siglo XVIII. Los antecedentes de la posdemocracia venezolana deben buscarse en otros movimientos nacionales y populares, como el peronismo argentino, que siempre gobernó dentro del sistema democrático (ni un sólo día dejaron de funcionar los tres poderes de la dogmática liberal), pero requiriendo permanentemente la participación de un pueblo dignificado y de un ejército nacionalizado e industrializado. Es asimismo irresistible comparar la posdemocracia venezolana con el proceso de la revolución cubana: desde la caída de Moscú lo único que hoy queda vivo en ella es la acción pertinaz de un caudillo que aglutina al pueblo-nación. Sin ese cemento implosionaría la totalidad del sistema: después de cuarenta años de experimentos nada quedaría en pie a los pocos minutos de la eventual desaparición del caudillo. En ese sentido, también, la posdemocracia venezolana es una tradición fuertemente arraigada en la cultura política hispano-criolla.

 

Liberales (y neoliberales) y marxistas de todo tipo buscarán atacar al modelo venezolano - simultánea o alternativamente - desde dos ángulos que ya han sido perfectamente diseñados. Los primeros exigirán la “distribución o democratización del poder”, y los segundos la “participación popular”, en el sentido de sustitución (reemplazo) de “líder” (concreto, físico) por “pueblo” (abstracto, genérico). Por lo demás, y en toda lógica, la distribución o licuación del poder parece casar muy bien con la idea de “participación popular”. Y ello es así en la exacta medida que el marxismo representó, en la historia de las ideas, la exacerbación (su puesta en el límite) del Iluminismo y sus concecuencias: el racionalismo y el positivismo.

 

Los primeros exigirán desmontar el “presidencialismo”, potenciar el corruptor pseudo caudillismo local (gobernaciones, municipalidades, etc.), reforzar los poderes legislativo y judicial, liquidar el “centralismo” del Estado y, finalmente, diluir su poder para insertarlo en el “Nuevo Orden Mundial”. Los segundos buscarán fundamentar la falsa idea y la demencial esperanza (nunca jamás verificada en la historia) de que puede existir “participación popular” sin liderazgo físico y personal, sin “dialéctica” masa-caudillo, o que esa participación puede o debe buscarse fuera o independientemente de esa relación entre los dos polos centrales del modelo: el caudillo y la masa.

 

Esas serán las dos vía básicas de la contrarrevolución venezolana. Ambas ya están activadas y se están manifestando con mucha fuerza en torno a la Constituyente, pero ahora los intentos por desvirtuarla ya no se manifiestan como oposición a la misma, sino como impulsos orientados a su desnaturalización.

 

La Constituyente

 

Los desnaturalizadores pretenden que la Constituyente deje de ser una instancia imprescindible para racionalizar administrativamente el poder, y se convierta en un mecanismo de “distribución” o licuación del poder. Es decir, en proceso entrópico que produzca una pérdida acelerada de energía política. Y ello, curiosamente, a muy pocos días de haberse pronunciado el pueblo venezolano, mayoritaria y contundentemente, por todo lo contrario: la concentración y la centralización del poder.

 

Dada la existencia ineludible de ese mandato, la Constituyente no puede ser un “proceso independiente” de la orden popular ya emitida el 6 de diciembre de 1998, sino parte indesligable de la misma. Para que ello sea así, los constituyentes - en tanto personas físicas - deberían ser, exclusivamente, los “amigos del pueblo”, los “apóstoles” del presidente, por él designados y, luego, consensuados por el pueblo, con un “sí” o un “no” definitivo ([3]).

 

En el Modelo Venezolano el poder emerge fundamentalmente de la relación Caudillo-masa. Existen otras instancias y niveles en donde también se produce poder, como los cuadros de conducción que hemos denominado “apóstoles”. Ese poder así producido debe comprenderse como un objeto físico que, al fracturarse o “distribuirse” o disolverse, se “gasifica” y, automáticamente, se licúa y diluye. La des-concentración del poder fue siempre el antecedente inexorable de la muerte de cualquier estrategia social antisistema, cualquiera haya sido su signo ideológico, su “tempo” histórico o su campo de alicación (nacional o internacional). La concentración de poder es imprescindible para la producción de poder con un entorno exterior agresivo, ya que el Poder es la principal escala de medición de toda acción política - incluyendo el pensamiento político - en cualquiera de sus niveles.

 

Queda, naturalmente, pendiente, el tema final de la distribución del poder, que se puede convertir en prioritario por la muerte del líder y/o la desaparición de las instancias dramáticas que entornan actualmente al modelo, correspondan estas a la política interior o la política internacional. Pero eso ya sería tema de otra circunstancia, muy distinta a la que afecta actualmente a Venezuela. El problema que se le plantea a las sociedades y a las fuerzas políticas ubicadas en los "mundos" del no/occidente y de la periferia de occidente es cómo enfrentar una crisis internacional inédita que día a día generará condiciones crecientes de excepcionalidad.

 

En última instancia la acción y el pensamiento políticos deberían poder representarse como una matriz de producción de poder, en la cual cada "política", cualquiera fuese su escala -municipal, provincial, nacional, regional e internacional-, o su naturaleza -social, cultural, económica, militar, etc-, pueda ser comprendida como un input de un sistema capaz de producir un output llamado poder.

 

La finalidad última de toda estrategia es organizar la interconexión óptima entre cada componente de la matriz, lo que conlleva a incrementar el poder de una determinada "unidad" política: como p.e., el Estado/nación. La forma de incrementar el poder -entendido como producto final de una matriz- es aumentando la cantidad y calidad de insumos - “políticas” - que ingresan al sistema, pero sobre todo, estableciendo una determinada calidad de relacionamiento entre ellos.

 

Desde el inicio, la forma institucional que adopta el poder adquiere una importancia extraordinaria, ya que ella es uno de los factores centrales que hace a la capacidad de generarlo, acumularlo e incrementarlo. Existen dos formas institucionales polares para administrar el poder en cualquiera de sus fases (generación, acumulación e incremento): la forma concentrativa y la forma distributiva. Sólo en sus expresiones distorsionadas y dependientes, la forma concentrativa es una "dictadura"  y la forma distributiva es una "democracia".

 

Las formas concentrativas que adopta el poder pueden estar basadas en presupuestos distintos: de "clase", de "raza", de "nación", de "destino", etc., pero en todos los casos y circunstancias esas formas emergen en circunstancias excepcionales, críticas o límites. Siempre existe la mediación de una circunstancia dramática de la historia.

 

Generalmente se da por sobreentendido de que las formas distributivas del poder nacen todas en el Iluminismo que entorna a las revoluciones inglesa, norteamericana y francesa. Ello es relativamente cierto en términos de cultura "occidental". Es un hecho que en los amplios espacios y en las crecientes concentraciones demográficas del mundo "no/occidental" y en la misma "periferia de occidente" ("mundo" al cual pertenecemos) la democracia Iluminista no ha funcionado ni funciona en términos de sistema político distributivo. Tradicionalmente se planteó como alternativa a esa inviabilidad largamente comprobada la implantación de dictaduras coherentes y cooptadas por las potencias hegemónicas respectivas.

 

De hecho en el no-occidente y en la periferia de occidente nunca - o casi nunca - la "democracia" tuvo un contenido estratégico opuesto a la "dictadura". Existió más bien continuidad entre ambas formas de administrar el poder porque las "democracias" no fueron ni son distributivas (hacia dentro) y las "dictaduras" fueron y son concentrativas sólo "hacia fuera" (en función de un presupuesto estratégico externo señalado, en cada caso, por la potencia hegemónica).

 

Ello exige precisar bajo qué formas institucionales esas fuerzas políticas, alejadas y/o expulsadas de los cinco principios básicos que determinan al "nuevo discurso político" (abdicación, adscripción, servicio, continuidad y conservadurismo), bajo qué formas ellas pueden administrar el poder interior (y hacia el exterior) en condiciones críticas de excepcionalidad creciente. Una postura eminentemente "democratista", en el sentido occidental del concepto (dado el entorno regional e internacional antes señalado, al nuevo tipo de agresiones que hoy sufre Venezuela, y a su creciente vulnerabilidad dependiente) conducirá no a una verdadera distribución “democrática” del poder (“hacia abajo”), sino a su dispersión, licuación y anulación. La dispersión del poder es lo opuesto a su distribución. "Democracia" y "dictadura" se continúan una a otra para producir una curva decreciente en el proceso de producción de poder.

 

Soslayar ambas formas "occidentalistas" de administrar el poder significa incursionar en el campo de la propia historia. En nuestro caso hispanoamericano, revalorizar positivamente el fenómeno de la "democracia inorgánica", o del caudillismo como una forma específica de liderazgo. La proyección hacia el futuro de formas políticas que en nuestro pasado iberoamericano tuvieron un indudable fundamento de legitimidad es una operación absolutamente lícita, dada la crisis actual que sufren los sistemas "occidentales" de representación política.

 

Puede ser imaginada una "democracia inorgánica" para el futuro, relacionando los conceptos de "participación" y de "territorialidad". La "democracia inorgánica" de nuestro siglo XIX iberoamericano era un sistema político legítimo, y en la mayoría de los casos, justo. Fue atacado desde el liberalismo y desde el “progresismo” en nombre de la "democracia" y de la "revolución”, respectivamente. Pero de una y la otra hoy sólo quedan ruinas y corrupción.

 

En este marco conceptual, la corrupción debe tratarse como  una cuestión específica que incide en las curvas decrecientes de producción de poder. La corrupción no es un fenómeno moral individual asintótico al sistema, independientemente de la forma que este adopte, la "democrática" o la "dictatorial". Es un componente estructural inherente a todos los proceso entrópicos de pérdidas de poder, aunque estos se produzcan bajo la "dictadura/democrática del partido del proletariado".

 

No es posible siquiera pensar en la posibilidad de un cambio, de una transformación interior (no digamos de una revolución interior) sin un proceso simultáneo de concentración de poder. La concentración de poder, inevitablemente, es directamente proporcional a la intensidad del cambio. Cuanto más cambio más necesidad de concentración. La naturaleza de la concentración del poder está referida a la "transpoliticidad" del proceso. Es decir: en él intervienen de forma muy intensa factores sociales, culturales, históricos e institucionales ubicados más allá de los "partidos".

 

La concentración del poder dentro de la historia reciente.

 

Para el caso venezolano la concentración del poder es aún más importante, si cabe, dada las particularidades del proceso militar que tiene como eje el alzamiento del 4 de febrero de 1992.

 

Para empezar existen datos inquietantes, que señalan inequívocamente el carácter inducido de ese alzamiento militar. Todos los comandantes que se insubordinan tenían en ese momento - inexplicablemente - mando de tropas, lo que constituye un hecho absolutamente insólito, cuando todos los servicios de inteligencia (DIM y DISIP, especialmente) conocían perfectamente los alcances y ramificaciones de la conspiración. Se trata sin duda de un hecho anormal en la historia internacional de las conspiraciones militares. Existe una razonable cantidad de argumentos que permiten pensar que había “otro” golpe detrás del golpe visible del 4 de febrero de 1992. Luego, tanto en la prisión de Yare como en la de San Carlos, comienzan las disidencias políticas entre los conspiradores ya encarcelados.

 

Definitivamente no hubo un “partido” verticalizado o militarizado detrás del proceso sino, sobre todo, la voluntad indomable de una persona física: el teniente coronel Hugo Chávez Frías. Las disidencias más importantes - las que luego se fueron reproduciendo hasta el mismo día de hoy - las tuvo Chávez con muchos de sus propios compañeros de prisión, un grupo significativo de oficiales “moderados”. Como la radicalidad política no fue la ideología de todo el grupo militar insurgente, sino de una minoría dentro de ese grupo, las tensiones comenzaron a aflorar muy pronto dentro de los alzados ya encarcelados (en Yare y en San Carlos). Los sectores más “moderados” buscaron muy pronto una alianza con el gobierno de Rafael Caldera. De hecho la consiguieron, obtuvieron sus premios, y prácticamente aislaron a Chávez, que durante un largo tiempo navegó por la política venezolana en casi total soledad, aunque siempre protegido por el calor del afecto popular, ganado definitivamente el 4 de febrero de 1992.

 

Luego de las disidencias vino la libertad de los conspiradores, decretada por el ex presidente Caldera. De ella emerge un Chávez en completa soledad política. Un dirigente militar aislado que comienza a recorrer los caminos de Venezuela. Es allí donde comienza a fraguarse la relación directa y física entre el líder y su pueblo: sencillamente, en esos tiempos, no había nadie entre ellos.

 

Es en ese punto de la trama cuando yo tomo contacto personal con el comandante. En esos tiempos recorrimos juntos, varias veces, casi toda la geografía venezolana, en un periplo que había comenzado en la lejana Buenos Aires y, luego, continuado en Santa Marta, Colombia. Pude ver, en la práctica, cómo funcionaba el “carisma”, algo que yo había estudiado “en los libros”, pero que no había visto casi nunca en la realidad. Pude ver - en definitiva, y en una época de “alto riesgo” - a un político excepcional luchar contra las grandes adversidades de la historia y las pequeñas miserias de la vida cotidiana.

 

En su origen, entonces, el Modelo Venezolano se basó en la radicalidad de una fracción de un grupo militar - y, dentro de él, de un líder militar - que fue interpretada positivamente por el pueblo con la velocidad de la luz y la fuerza de un huracán tropical. Esa radicalidad militar, no excenta de una fuerte carga nacionalista, es asumida como política alternativa por el pueblo de Venezuela.

 

Durante años Chávez carece de “partido”. La fundación posterior del Movimiento Quinta República (MVR) obedeció a un propósito meramente electoral. Ese movimiento fue la consecuencia de una decisión finalmente asumida: concurrir al proceso electoral. Cuando se aproxima el desenlace electoral del 6 de diciembre de 1998 ya es perceptible en Chávez un cambio de lenguaje, de actitud y de selección de amigos y colaboradores. La radicalidad inicial se va transformando en “realismo político”. El tránsito de una a otra posición obedece a una lógica intrínseca de la política de poder y fue, es y será la condición ineludible para acceder al gobierno, en cualquier tiempo, latitud o altitud.

 

Hugo Chávez no pudo haber llegado nunca a presentar su candidatura electoral - no ya a ganar unas elecciones - si no hubiese habido algún tipo de negociación previa, tanto en el plano internacional como en el nacional. Negociación significa compromiso. Hugo Chávez llega a presidencia de Venezuela por la vía del compromiso. En términos reales la otra alternativa era su desaparición física. ¿Esto quiere decir que Hugo Chávez es un nuevo Menem? Plantear esta similitud es un ejercicio enormemente atractivo, no porque existan perfiles psicológicos parecidos, sino porque en ambos casos se trata de aprovechar una enorme masa de legitimidad histórica acumulada - en el caso argentino, el peronismo - en beneficio de una política contrapuesta con los motivos fundacionales de ambos movimientos ([4]).

 

El chavismo tiende a escindirse entre los “establecidos”, que buscan potenciar las tendencias moderadas de los últimos tiempos, y los “radicales”, que buscan reconstruir los elementos fundadores del movimiento militar. Es así que - por ahora - dentro de la política interior venezolana, no se planeta la búsqueda de una alternativa a Chávez. Los grupos chavistas más ortodoxos intentan una acumulación de poder para lograr constituirse en apoyaturas para que Chávez pueda evadirse  - algún día no muy lejano - de un compromiso que fue necesario adquirir. El límite de esta política es, naturalmente, la guerra civil. El otro sector es el que acepta complacido las decisiones de continuidad. Ambas facciones  - aún - no están absolutamente escindidas, en el sentido de que ambas buscan la legitimidad del “paraguas carismático”. Unos para reforzar las decisiones de continuidad; otros para intentar revertirlas. Todos buscando el amparo del líder.

 

La fracción continuista pretende convertir a Chávez en un nuevo actor de un viejo libreto. Pretende orientarlo en la dirección de “ganar tiempo”; impulsándolo, con pretendida sigilosidad, hacia el plano de la falsa astucia, fingiendo que, por esa vía, al final, se logrará engañar al enemigo ([5]).

 

En el plano internacional ello significa la aceptación de ciertas reglas no escritas de “buena conducta”. Con un comandante así reconstituido, Venezuela no se convertirá, por supuesto, en un conflicto internacional. Es decir, en una fractura geopolítica, ni siquiera leve. En el plano interno la fracción conservadora representa una negativa a “explotar el éxito”, es una actitud que en la práctica vuelve a poner en pie un sistema político que había sido literalmente pulverizado el 6 de diciembre de 1998. Sin duda alguna ese “partido” pretende que Chávez recorra el camino del “reconocimiento” exterior y del “apaciguamiento” interior. Una línea de absoluta continuidad con la anterior historia política y económica de Venezuela.

 

El hecho es que, hoy, no existe ni puede existir oposición a Chávez. Mejor dicho, la opción a Chávez es una sangrienta y destructora guerra civil. Esto todos lo saben o al menos lo intuyen. Chávez constituye la única opción de gobernabilidad para una Venezuela que unos proponen transformar pero que otros sólo necesitan maquillarla - eso sí - con toda urgencia. Para presentarla ante los ojos de su pueblo y del mundo como si estuviese transformada, cuando en realidad sólo estará pos-modernizada. Es decir, apta para ingresar en la sección sudamericana del Nuevo Orden Mundial.

 

Pero esa opción de continuidad pretende ignorar la existencia de una historia, la presencia de una relación líder-masa que se ha constituido en el hecho determinante de la historia contemporánea de Venezuela. Así, en estos términos concretos, y en esta pequeña parte del planeta tierra, está planteada la vasta dialéctica de este duelo global entre los orgullosos y los humillados.

 

La situación internacional será analizada con mayor detalle en Capítulo 3. Veamos por el momento el marco regional. Colombia continúa su camino sin retorno hacia una guerra civil ampliada y generalizada que provocará inexorablemente de una intervención militar - unilateral o multilateral - externa. Cada día con mayor claridad se hace evidente la incapacidad del ejército colombiano para dominar militarmente la situación. Las fuerzas armadas colombianas se encuentran en una situación sin salida, ya que si dispersan sus fuerzas persiguiendo a la guerrilla, en todos y cada uno de los teatros de operaciones rurales, la guerrilla - o, mejor dicho, los ya poderosos ejércitos irregulares rurales - en un rápido movimiento, estarían en condiciones de ocupar los principales centros urbanos del país, Bogotá incluida.

 

La insuficiente capacidad militar del Estado - o, lo que es lo mismo, la creciente capacidad militar y política de las fuerzas irregulares ([6])- es lo que originará la intervención final de otros Estados y de otros ejércitos, que deberán penetrar necesariamente en Colombia. Esos movimientos militares de los países vecinos - Perú, Ecuador y la propia Venezuela - ya han comenzado. Pero mientras tanto se incrementan las acciones de los “paramilitares” - totalmente conscientes de la deficiencia militar básica antes señalada -, que cometen sus crímenes contra una población civil inerme, supuesta base política de los movimientos armados irregulares. Esos “paramilitares” son asesorados - de manera cada vez más activa y pública - por “profesionales” israelíes: “expertos” en seguridad y contra-guerrilla. Los mismos que vienen actuando en tareas de contrasubversión , en Suramérica, desde hace aproximadamente tres décadas. La cada día más crítica situación colombiana limita severamente la proyección andina de Venezuela. Por motivos distintos, también existen interferencias serias con su proyección amazónica. La crisis económica y financiera que afecta hoy al Mercosur tornan problemática esa apertura hacia el sur. Además tenemos el ejemplo argentino. Gracias al Mercosur la Argentina ha logrado convertirse en el segundo Estado más importante… de Brasil, después del Estado de San Pablo.

 

Estas limitaciones regionales no son en absoluto definitivas, pero actuarán, en todo caso, sobre la sobre la política interior venezolana.

 

CAPÍTULO 2

 

LA PARTICIPACIÓN POPULAR

Reportaje a Norberto Ceresole.

 

Iván Freites: Buenas noches Norberto. Queremos darte la bienvenida en nombre de todo el pueblo de Venezuela. Todavía recordamos cuando te expulsaron de aquí como si hubieses sido un delincuente, y nosotros no pudimos hacer nada para impedirlo. Ahora queremos comenzar preguntando cuál es tu interpretación sobre aquél incidente.

 

NC: El escándalo de mi expulsión de Venezuela en junio de 1995 puede ser ahora analizado con la claridad y la frialdad que ofrece la perspectiva del tiempo. Esa expulsión fue un atentado grave a la soberanía de Venezuela porque, no tengo ya ninguna duda al respecto, fue organizada y realizada por los agentes del Mossad (Inteligencia exterior israelí) que entonces controlaban la DISIP (policía política venezolana). Por aquel entonces yo ya había comenzado a publicar mis primeras conclusiones sobre los dos atentados terroristas de Buenos Aires (1992 y 1994) realizados contra dos instituciones judías. Mis primeras conclusiones, que son las que aún hoy mantengo, pero mucho más desarrolladas y fundamentadas (a lo largo de seis libros publicados en los últimos cinco años y de casi dos años de investigaciones sobre el terreno en muchos países del Oriente Medio y del Asia Central) fueron que esos atentados, supuestamente “antijudíos”, habían sido cometidos por grupos judíos que operaban contra el llamado “Plan de Paz”. Esos atentados de Buenos Aires pertenecen entonces, según mi opinión, a un mismo proceso terrorista que tuvo su punto culminante en el asesinato - cometido por judíos fundamentalistas - del general Issac Rabin, partidario, entonces, de ese funesto “Plan de Paz”. Yo tuve el atrevimiento de señalar esa culpabilidad. Y por ello fui castigado, en Venezuela, por quien en ese momento era el Director General de Inteligencia de la DISIP, Israel Weissel.

 

   El día de mi detención fui interrogado durante doce horas por el propio Israel Weissel. Por lo tanto tengo muy claro la naturaleza de ese escándalo antivenezolano, pues se pretendió - en el fondo - implicar a Hugo Chávez en una inexistente campaña “antisemita”. Hace pocos días estuve conversando con nuestro querido amigo común, el actual diputado Fredy Bernal, quien también sufrió - en una escala mucho mas salvaje que yo mismo - los interrogatorios del señor Israel Weissel, un ciudadano israelí quien desapareció de Venezuela poco antes del gran triunfo electoral de Hugo Chávez. Israel Weissel atentó contra Fredy Bernal y amenazó la vida de su pequeño hijo en innumerables oportunidades. En fin, todos ustedes conocen muy bien - mucho mejor que yo - quién era Israel Weissel y cuán grande era el control del Mossad sobre la DISIP.

 

   Para finalizar este punto quiero decir que al día de hoy no hay detenidos en la Argentina en relación con ninguno de los dos atentados, que costaron la vida a más de cien personas. Es la prueba concluyente de que es totalmente falsa la hipótesis judía de la “culpabilidad islámica” que habría operado en conexión con “grupos nazis” argentinos.

 

Ivan Freites: Sabemos que tú caíste prisionero en 1995 y que en ningún momento firmaste ninguna declaración contra Hugo Chávez, como te exigían tus interrogadores. Te mantuviste altivo y “arrecho”. Ahora la situación es muy distinta. Ahora tú eres el hermano querido del pueblo de Venezuela. Pero dinos ¿Cómo perciben a Chávez fuera de Venezuela?

 

NC. Hay percepciones muy disímiles sobre Hugo Chávez fuera de Venezuela. El mismo 7 de diciembre de 1998, por ejemplo, el diario socialdemócrata español “El País”, que obedece a la mafia Carlos Andrés Pérez-Felipe González, definió a Hugo Chávez como “un Hitler sudamericano”. Textual. No como un Stalin, o un Pol Pot, o un Castro. Sino como un Hitler sudamericano. Este es un indicador que yo creo es bastante significativo y que señala cuál será la opinión de un sector muy importante de la comunidad internacional sobre el futuro gobierno.

   Una opinión muy distinta tienen los pueblos de nuestro países sudamericanos. Concretamente en la Argentina, que es de donde yo vengo ahora, Hugo Chávez goza de un prestigio cada vez más amplio dentro del movimiento popular. En especial los peronistas lo ven como a un líder propio. Yo he escuchado decir: “Ése es el hombre que nosotros necesitamos”, “Queremos a alguien como Hugo Chávez”. A mí me parece que en Venezuela aún no existe una idea clara sobre esta cuestión: las posibilidades que tiene Hugo Chávez para proyectarse continentalmente son enormes. Habría que crear aquí un equipo de trabajo para desarrollar este tema y actuar en consecuencia. Por primera vez desde hace décadas vuelve a plantearse, en un país suramericano, la alternativa de una alianza entre el ejército y el pueblo; la alternativa de un “partido cívico-militar” dotado de un proyecto revolucionario. Yo fui uno de los impulsores, en la Argentina de la década de los 60, de esta alianza militar-popular que abortó, en los años 70, por el maximalismo delirante y provocador de la guerrilla en la Argentina.

 

Ronald Blanco La Cruz: ¿Cómo definirías tú el proceso venezolano a partir del 6 de diciembre de 1998?

 

NC. Es un proceso único. El pueblo de Venezuela generó un caudillo. El núcleo del poder actual es precisamente esa relación establecida entre líder y masa. Esta naturaleza única y diferencial del proceso venezolano no puede ser ni tergiversada ni malinterpretada. Se trata de un pueblo que le dio una orden a un jefe, a un caudillo, a un líder militar. Él está obligado a cumplir con esa orden que le dio ese pueblo. Por lo tanto aquí lo único que nos debe importar es el mantenimiento de esa relación pueblo-líder. Ella está en el núcleo del poder instaurado. Es la esencia del modelo que ustedes han creado. Si ella se mantiene, el proceso continuará su camino; si ella se rompe el proceso degenerará y se anulará una de las experiencias más importantes de las útimas décadas.   Esa es la relación que hay que defender sobre todas las cosas. Por lo tanto será necesario oponerse con toda energía a cualquier intento que pretenda “democratizar” el poder. “Democratizar” el poder tiene hoy un significado claro y unívoco en Venezuela: quiere decir “licuar” el poder, quiere decir “gasificar” el poder, quiere decir anular el poder.

 

   Sobre ese modelo habría que escribir un nuevo tratado de ciencia política. Para ello deberíamos quemar todo lo hasta ahora leído y aprendido. Ahora deberíamos comenzar por leer no un libro, sino la realidad. Esta nueva realidad. Sólo a partir de esta lectura podríamos llegar a formular una nueva definición de modelos políticos aptos para generar cambios nacionales dentro de un mundo que se encuentra en situación de emergencia. En Venezuela el cambio se canalizará a través de un hombre, de una “persona física”, y no a través de una idea abstracta o de un partido político genérico. Repito: hay una orden explícita dada por un pueblo concreto a un hombre concreto. Esta es la grandeza pero también la debilidad del modelo venezolano.

 

Pregunta: Dentro de tu esquema, ¿Cómo será posible hablar de participación popular - que ha sido una de las promesas del presidente electo?

 

NC. Lo esencial de esa participación popular, por el momento, ya se produjo. La gran decisión popular, eminentemente participativa porque fue plenamente democrática, se produjo el 6 de diciembre de 1998. El pueblo de Venezuela, en forma masiva, casi unánime, le dio el poder a Hugo Chávez. El próximo paso es que el líder cumpla con esa orden o mandato popular. Ello abrirá un proceso complejo que estará lleno de conflictos con el poder establecido, tanto a nivel nacional como a nivel internacional. Y ante cada conflicto que se plantee se abrirá una nueva instancia de participación popular. La participación popular es inseparable de los conflictos que abrirá, a cada paso, el desarrollo del proceso.

 

   La participación popular verdadera no significa que se deba diluir el poder en “n” partidos políticos, aunque estos se autodefinan “amigos del pueblo”. Tampoco un poder revolucionario como el generado aquí en Venezuela puede ser compartido con otras instancias “institucionales”, como lo señala la dogmática liberal y neoliberal.

 

Pregunta: La Constituyente, ¿No sería un caso de disolución del poder?

 

NC. Si se quiere orientar la Constituyente en esa dirección sería efectivamente un caso típico de disolución del poder. Pero yo creo que el presidente Chávez quiere la Constituyente para otra cosa; la quiere para reordenar administrativamente al sistema y así disponer de una herramienta eficaz para producir el cambio. En este tema debemos diferenciar con total claridad lo que es el poder como concepto - dado a una persona concreta y no a una idea abstracta - de lo que es la administración ordenada de ese poder. El poder que emerge de un mandato popular absolutamente cristalino no es divisible. Su administración, en cambio, sí puede y debe ser delegada. Para ello se necesita la Constituyente: para ordenar, racionalizar y refundar administrativamente al Nuevo Estado emergente. No para fragmentar el poder.

 

Pregunta: En las últimas décadas se nos quiso encajonar en la dicotomía “capitalismo” contra “comunismo” ¿Está naciendo ahora una “tercera vía”?

 

NC. No confundamos “tercera vía” con “tercera posición”. La “tercera vía” es un intento por amortiguar las destrucciones sociales que realiza necesariamente el capitalismo en esta fase “global”. Para funcionar, ese capitalismo debe generar una enorme y creciente masa de excluidos sociales, de marginales absolutos en todo el mundo. La “tercera posición”, en cambio, fue una actitud orientada a evadirse del conflicto bipolar. Y naturalmente conllevaba un proyecto social y económico diferenciado, tanto de uno como de otro polo del poder mundial.

 

   El concepto de “tercera vía” está asociado hoy con Tony Blair. Ahora bien, en mi opinión ese señor es uno de los grandes canallas de este mundo. Fue quien sostuvo, hace poco, que Irak albergaba importantes stocks de “armas de destrucción masivas”, y que Sadam Hussein tenía la capacidad para destruir al mundo nada menos que tres veces. Esa gran mentira sirvió como excusa para bombardear - una vez más - a un pueblo prácticamente inerme, indefenso, hambreado y enfermo por falta de medicamentos. Las ideas de ese señor están afectadas por una “falsedad de origen”, que es su propio comportamiento político en la escena internacional. La “tercera vía” - dentro de un enfoque más amplio - es una transnochada de una Europa socialdemócrata que pretende balancear el poder internacional de unos Estados Unidos ubicado en el neoliberalismo más extremo. Pero esa Europa no es una situación antagónica a esos Estados Unidos de América. Son más bien dos caras de una misma moneda.

 

Pregunta. Si pensamos que en Venezuela se está dando un nuevo proceso distinto a todo lo que ha existido hasta ahora, ¿Cuáles son las vulnerabilidades que según tú tiene ese proceso que se está iniciando? ¿Dónde se debe concentrar el poder para asegurar que el proceso se mantenga como el pueblo lo decidió?

 

NC. Para mí la máxima debilidad está en la implementación de un concepto - que es toda una actitud geopolítica - que podríamos definir como “la falsa astucia”. La “falsa astucia” es pretender engañar al enemigo con maniobras dilatorias, realizadas con el único objeto de “ganar tiempo”. Se eligen, por ejemplo, funcionarios que forman parte orgánica del sistema anterior. Se supone que esas personas van a calmar las ansiedades de la oposición, nacional e internacional. Si se cede parte del poder a personas e instituciones que forman parte del enemigo mismo no sólo no se “gana tiempo” - el tan preciado tiempo necesario para desarrollar nuestra propia estrategia - sino que se fortalece al enemigo y se debilita nuestro propio campo. Esas son acciones - las de la “falsa astucia” - que aumentan la sensibilidad de las percepciones que el enemigo tiene sobre nuestras propias vulnerabilidades. Ese es el peligro mayor: alimentar a la fiera que finalmente nos va a devorar. La “falsa astucia” es, en definitiva, una percepción falsa sobre nosotros mismos, sobre nuestra verdadera ubicación en el mundo.

 

Pregunta: ¿Cómo hacer para darle fuerza a este proceso desde una situación de debilidad como la que se encuentra ahora Venezuela? ¿Cómo hablar de una nueva Venezuela que se tiene que enfrentar a un proceso global inhóspito?

 

NC. Lo que le preocupa a los Estados Unidos no es la estabilidad de la democracia venezolana. Eso es lo que ellos dicen que les preocupa. Pero lo que en verdad les preocupa, por ejemplo, es que Venezuela se lance a una campaña de producción de alimentos - sustitución de importaciones básicas - que elimine la influencia en este país - y en otros del área andina - de los grandes monopolios de la alimentación, que son en su mayoría empresas norteamericanas. El conflicto no se producirá porque Venezuela, a través de la Constituyente, va a fundar un Nuevo Estado. El conflicto comenzará cuando Venezuela, por ejemplo, desarrolle un proceso de sustitución de importaciones de alimentos, entre otros. La cuestión, entonces, será definir si Venezuela producirá fronteras adentro los alimentos crecientes y otros productos básicos que su población necesita, o seguirá malgastando sus divisas comprando alimentos a los grandes monopolios norteamericanos y europeos. La cuestión será definir si Venezuela generará nuevas empresas sociales y familiares  - es decir, una nueva sociedad - a partir de una utilización racional de su espacio geográfico actualmente vacío-depredado, o seguirá dependiendo de importaciones dejando esos espacios en manos de garimpeiros y bandeirantes. La cuestión será definir cuál será el rol de las fuerzas armadas en todo este proceso: integrarlas a una expansión productiva o dejar que se sigan pudriendo en la corrupción de los grandes centros urbanos.

 

   De esas opciones surgirán los conflictos. Y esos conflictos exigirán una participación popular creciente. Pero las formas que adoptarán esos conflictos esconderán siempre su verdadera naturaleza. Se plantearán como conflictos entre “democracia” y “dictadura”, por ejemplo, cuando en verdad son conflictos originados en la lucha por el control del mercado interno de Venezuela, y no sólo en el campo de los productos alimenticios. Si en Venezuela se hace entonces lo que se tiene que hacer, lo que está ordenado en el mandato popular del 6 de diciembre, esto es, alimentar a su pueblo a partir de su propia tierra, crear nuevas unidades productivas, etc., entonces habrá conflicto. Por lo tanto hay que saber cuál es el conflicto, no equivocarnos en su definición. El conflicto es la independencia y la soberanía de Venezuela, y no la forma que adopte su sistema político interno. La gobernabilidad del proceso venezolano dependerá entonces de la correcta administración de esos conflictos. De tratar de mantenerlos dentro de límites controlables por el poder político. No se trata de eliminar los conflictos, porque en ese caso sólo tendríamos más de lo mismo. O peor de lo mismo.

 

Pregunta. Venezuela está en estos momentos en las peores condiciones para iniciar ese proceso de independencia nacional…

 

NC. Claro, porque allá afuera hay un mundo hostil. Hay un “gobierno mundial” en proceso de consolidación que se opondrá a la independencia de Venezuela. Que buscará eliminar o pervertir esta experiencia que ustedes están iniciando. Pero también hay fuerzas que se oponen a la consolidación de ese gobierno mundial. Por lo tanto la clave es disponer de una Inteligencia Estratégica adecuada (Ver Capítulo 3) que nos permita aliarnos con los elementos fragmentativos que están operando en el plano internacional. Disponiendo de esa Inteligencia Estratégica lo que hay que hacer de inmediato es regular y administrar los conflictos. Asumir los conflictos que vamos a generar y darles una dimensión “controlable”. Para ello habrá que hacer alianzas y contraalianzas complejas y rápidas en el plano internacional. Pienso que hay una manera de fracturar ese muro de hostilidad, porque vamos hacia una creciente despolarización del sistema internacional. De lo que se trata es de subsistir hasta que esa apolaridad sea una realidad efectiva.

 

Pregunta. ¿Y que pasará en el caso de que Chavéz desaparezca?

 

NC. Pues que todo será diferente. Por lo tanto nada de lo que hemos dicho hasta ahora tendría sentido. Pero yo creo firmemente de que “nadie muere en vísperas”. Chávez es un hombre joven y fuerte que tiene cuerda para rato. De todas formas si Chávez no está, no hay proceso, tal vez habrá otro proceso, pero ciertamente no este proceso. Chávez es un caso único, un fenómeno pocas veces visto. Pasará muchísimo tiempo antes de que aparezca un nuevo Chávez. Por lo tanto su “desaparición” es un tema que escapa a esta discusión: estamos hablando de un poder que emerge de una relación líder-masa.

 

Pregunta. El Presidente nos dijo a los venezolanos que el poder nos sería devuelto, que su poder personal sería una etapa pasajera…

 

NC. ¿Pero cómo crees tú que se realizará esa devolución? ¿Tú crees que un día el Presidente le va a dar a cada venezolano el poder dividido por el número de habitantes de este país. Es decir que a cada venezolano le correspondería un pedacito de poder: P dividido “N”? Eso sería sencillamente la liquidación de un país. Cuando se habla de distribuir el poder siempre se cae en una forma perversa de gobierno, pues lo que reciben el poder - como supuesta devolución -  no son todos los habitantes de un país sino los grupos organizados de ese país. Es decir, los mismos de siempre. No se puede devolver el poder al “pueblo”, porque “pueblo” es un concepto abstracto. “Pueblo” no es la suma de cada uno de los habitantes de una nación. “Pueblo” - al igual que “humanidad”, en otro plano -  es una visión genérica abstracta y no una suma de personas concretas.

 

   Así y todo tiene que haber un proceso de “devolución” del poder. Ello fue parte del mandato que recibió el líder. Pero esa “devolución” del poder no debe significar una disminución o eliminación del poder de uno de los polos de la ecuación, de ese polo que hemos llamado líder. Esto quiere decir que no puede haber poder popular sin la existencia permanente de un liderazgo fuerte. Por lo tanto no es correcto usar la palabra “devolución”. Tendremos que pensar más bien en el reforzamiento mutuo de un poder que sólo existe cuanto se comparte: cuando ambos polos, el líder y la masa, comparten un mismo poder. Porque la desaparición del líder dejaría a la masa en estado de absoluta indefensión. No hay un sólo ejemplo en la historia del mundo, desde los orígenes hasta nuestros días, que nos demuestre que las cosas hayan sido de otra manera.

 

   El tema de la “devolución” del poder nos lleva nuevamente al de la participación popular. Tradicionalmente se tiende a creer que la participación popular se puede organizar, es decir, resolver por métodos burocráticos. Pero esta es una visión equivocada. ¿Cuánto durará en Cuba, por ejemplo, todo el andamiaje político existente, luego de la muerte de Fidel Castro? En mi opinión ni un minuto. Otra cosa sería que hubiese una agresión externa visible contra Cuba, una nueva Bahía de los Cochinos, por ejemplo. En ese caso tal vez surgiera un nuevo líder nacionalista. Un nuevo escudo nacional. Pero en condiciones “normales”, bajo un régimen de agresiones de baja intensidad como es el actual bloqueo, toda la superestructura política se caería automáticamente una vez desaparecido el líder. Por lo tanto volvemos a relacionar la participación con el conflicto.  La participación se realiza siempre por la vía del conflicto y nunca por la vía burocrática.

 

Final. El audio finaliza con una despedida afectuosa entre todos los participantes de este encuentro.

 

CAPÍTULO 3

 

LA SITUACIÓN INTERNACIONAL

 

LA CRISIS DEL “NUEVO ORDEN MUNDIAL”.

EL ENTORNO GLOBAL: UNA NUEVA APOLARIDAD ANTISISTEMICA

 

"En lugar de la monótona imagen de una historia universal en línea recta, que sólo se mantiene porque cerramos los ojos ante el número abrumador de los hechos, veo yo el fenómeno de múltiples culturas poderosas, que florecen con vigor cósmico en el seno de una tierra madre, a la que cada una de ellas está unida por todo el curso de su existencia. Cada una de esas culturas imprime a su materia, que es el hombre, su forma propia; cada una tiene su propia idea, sus propias pasiones, su propia vida, su querer, su sentir, su morir propios".

 

Oswald Spengler, La decadencia de Occidente

 

 Los acontecimientos internacionales señalan que el proceso de transición que en la escala planetaria comenzó con la ruptura de la bipolaridad (implosión soviética o caída de Moscú), ha llegado a un punto muy próximo al estadio apolar, lo que puede definirse a partir de la nueva y específica "distribución del poder" que existe actualmente dentro del sistema internacional.

 

Esa nueva distribución del poder se produce no sólo de manera desigual sino en niveles distintos. El poder se distribuye en nichos diferentes: la velocidad del desarrollo tecnológico no coincide con la capacidad militar y el crecimiento económico no siempre logra traducir o expresar control político. Ni la capacidad militar, ni el crecimiento económico ni el control político pueden traducirse, finalmente,  en hegemonía ideológica (religiosa, cultural, etc.). Ello quiere decir que los alineamientos internacionales ya no se producen por consenso, sino por necesidad o conveniencia y, por ello mismo, son esencialmente transitorios.

 

En definitiva, el mundo global ha dejado de ser -definitivamente- un mundo blanco-occidental. Las estructuras internacionales (políticas, económicas, militares, culturales, etc.) son incapaces de contener las enormes presiones que sobre ellas ejerce la emergencia de multitudes -una inmensa mayoría de la demografía mundial- no blancas. Todas - o casi todas - ellas se asoman a la estrategia global provistas de culturas y religiones diferenciadas y en oposición a la cultura blanca-occidental (¿judeo-cristiana?). Esas masas están además excluidas por la economía global. Su participación en ella es meramente virtual, es decir tiene que ver más con una imagen que con una realidad concreta.

 

Durante unos ocho siglos - dentro del área geográfica de lo que hoy se llama “mundo occidental” - existió una bi-polarización del poder entre dos razas-culturas: la árabe-oriental-musulmana, y la europea-occidental-cristiana. A partir de finales del siglo XV - descubrimiento de América - uno de esos polos crece y el otro decrece. El pensamiento de la raza occidental se había potenciado, mientras que el de la raza oriental se había estancado. Ello provoca, entre otras cosas, el fracaso militar otomano ante las puertas de Viena.

 

A partir de ese momento el dominio de la raza blanca-occidental se fue globalizando progresivamente. También a partir de ese momento muchas de las guerras fueron guerras civiles europeas. Por eso mismo fueron guerras intra-raciales e intra-culturales dentro del mundo blanco-occidental (a excepción de las acciones japonesas contra Rusia y contra China-Manchuria, antes y después de la primera guerra civil europea del siglo XX). La totalidad de la “política internacional” se desarrolló dentro de ese escenario, que perduró hasta las “revoluciones raciales” del “tercer mundo” que eclosionan a partir de la última guerra civil europea del siglo XX (llamada II Guerra Mundial -IIGM).

 

Tomando como paradigma esos acontecimientos - limitados por sólo tres siglos de historia “universal” - el pensamiento político occidental elabora modelos de comportamiento internacional, a los cuales le atribuye una valor metafísico, es decir, eterno. Todo lo demás eran “cuestiones coloniales”. El Islam sigue siendo tratado, al día de hoy, como una “cuestión colonial”.

 

El simple ingreso a la política mundial de tres grandes razas-culturas, la china central-confusiana, la árabe-musulmana y la hindú aria-védica - todas emergencias provocadas por la Segunda Guerra Civil Europea - altera totalmente el panorama reinante durante los tres siglos precedentes. Lo que comienza a cambiar es la propia lógica del sistema: se deja atrás un escenario racional-positivista y se entra de lleno en el escenario de la incertidumbre.

 

La crisis de la IIGM abre la “caja de Pandora”. Hasta la “caída de Moscú” (Perestroika) todas las interpretaciones giraban en torno a aquellos viejos modelos racionalistas: proletariado mundial versus burguesía global. A partir de la crisis y autodestrucción soviética ya no es posible ocultar la envergadura del “nuevo mundo”. Millones de hombres “distintos” - provistos de su religión y de su cultura, y agredidos por una misma economía global - se convierten en actores de la política mundial, que comienza a girar sobre ejes también distintos.

 

Hasta el día de hoy no existe la interpretación adecuada para prever acontecimientos futuros bajo esta nueva circunstancia. Estamos en presencia de un “antisistema”, que no permite construir alianzas estables entre las potencias del mundo central orientadas a gobernar por un largo plazo y a estabilizar globalmente al Planeta. El sistema pentárquico que siguió a la Europa posnapoleónica es, absolutamente, un modelo irrepetible. La imposibilidad de formalizar alianzas estables y de largo plazo entre centros de poder se manifiesta en todos los niveles de la actividad internacional. Hay intereses divergentes entre sí en el plano económico, político, estratégico, religioso, cultural y militar.

 

Una de las principales fuentes de divergencia se manifiesta en la forma de actuar sobre los "conflictos regionales" (muchos de ellos ya han escapado a esa definición: la mayor parte de los "conflictos regionales" se están transformando en "conflictos internacionales"). A esos conflictos se los pretende “licuar” haciendo que su componente racial pase inadvertido.

 

Otros conflictos internacionales de transforman en globales. Ello es particularmente válido para el caso del Medio Oriente -conflicto entre el espacio sirio-palestino y el espacio judío implantado- que tiene en la religión judía -, en las interacciones judeo-cristianas- y en la resistencia musulmana, una gran capacidad de transmisión hacia el Occidente. Y a partir del Islam una gran capacidad de transmisión hacia el Oriente. Las tres grandes religiones monoteístas abrahámicas asumen así una función sociológica de transmisoras de conflictos hacia el "resto del mundo".

 

Las nuevas fronteras de la política mundial

 

Las fronteras reales de la política internacional -globalmente considerada- están volviendo a las antiguas líneas de conflicto, en su triple dimensión: étnico-racial, histórica y geopolítica. Las viejas culturas absorben a las nuevas (p.e: el eslavismo cristiano ortodoxo al comunismo soviético, el judaísmo al sionismo, el Islam al “orientalismo” árabe, etc.), no las expulsan totalmente, las integran a la manera hegeliana. Las crisis políticas en el interior de los grandes Estados están produciendo un sinceramiento histórico y geopolítico, un retorno a los viejos moldes. Una Turquía reislamizada tendrá seguramente muchas dimensiones, pero seguramente todas estarán incluidas en las tres básicas antes señaladas: la étnico-racial, la histórica y la geopolítica.

 

El sistema internacional no es unipolar porque está sometido a una tensión devastadora entre las fuerzas globalizadoras (élites incluidas [dentro del sistema] de todo el mundo) y las fuerzas fragmentativas (pueblos excluidos [fuera del sistema] de todo el mundo). El conflicto entre incluidos y excluidos, entre dominadores y humillados. Las modificaciones que se perciben en el comportamiento del sistema internacional (la intensidad y los ritmos nunca vistos de esas modificaciones) son el producto de una tensión que predomina sobre todas las demás: la existente entre los factores fragmentativos y los factores globalizadores, que actúan de manera antagónica sobre la totalidad del sistema.

  

Los factores globalizadores: El gobierno oligárquico/global como proyecto. La infalibilidad ideológica del "Imperium Mundis".

 

A pesar de la creciente importancia de los elementos fragmentativos existe hoy un proyecto (y un proceso) de gobierno mundial de facto integrado no sólo por instituciones internacionales como el FMI, el Banco Mundial, el Grupo de los 7 (G7), el ex/GATT (Organización Mundial del Comercio), el proyecto Maastricht y demás organizaciones diseñadas para servir a los intereses de los grandes grupos multinacionales. Por sobre el funcionamiento de esas instituciones el proyecto de gobierno mundial pretende ofrecer una nueva conceptualización sobre el "manejo del mundo", condensada en tres conceptos básicos sobre los que se sustenta el Nuevo Orden Mundial (NOM): la soberanía limitada, el derecho a la ingerencia y las intervenciones humanitarias. Dentro de este proceso está el proyecto de legitimar un Tribunal Internacional de Justicia dentro de los moldes del Tribunal Militar Internacional (Nuremberg) de la última posguerra.

 

Hasta este momento todas las experiencias existentes respecto a la limitación de soberanía e ingerencias militares, fueron acciones comandadas por el mundo blanco-occidental contra el “otro mundo”.

 

La forma de gobierno mundial que se pretende imponer se asemeja mucho más a la idea de Imperio que expone Dante en su De Monarchía que a la visión de muchos imperialistas nacionales del siglo XIX. El "Imperialismo nacional", como el británico, el norteamericano, el francés o el ruso, es una imagen del pasado. Ahora no puede haber imperio universal sin infalibilidad ideológica, sin teología de la globalidad, como muy bien lo señaló en defensa de Roma y dentro del exiguo espacio de la cristiandad, ese gran pensador imperial que fue Santo Tomás. En su momento conocimos muy bien la exigencia de infalibilidad que presentó sistemáticamente la Iglesia Comunista de Moscú, hasta su extinción hace pocos años.

 

El Imperio Mundial es una figura que exige la aceptación universal de la infalibilidad de sus decisiones. Esta actitud cultural es cada vez más evidente a medida que pasa el tiempo. Es la cultura blanca-occidental la que pretende constituirse en el Totem de todas las “tribus” del mundo. A diferencia de los antiguos emperadores nacionales, la autoridad del "Imperium Mundis" pretende ser propia, como la luz del sol. Los viejos "imperios nacionales", en cambio, eran como la luz de la luna: extraían su brillo de la luz del sol (Santo Tomás, De Regimene Principium). La infalibilidad ideológica contemporánea, la nueva "luz del sol" es una "nueva ingeniería" basada en desarrollos tecnológicos que permiten operar concentraciones económicas transnacionales, manipulaciones políticas y sociales globales e intervenciones militares. En definitiva, el "nuevo sol" es la posibilidad de controlar en exclusivo las nuevas tecnologías emergentes.

 

Ya no se trata de las viejas expansiones nacionales que en un punto de su desarrollo se transforman en expansiones imperiales. Ahora se pretende estructurar, desde "lo alto" y desde un principio, un gobierno mundial trans/nacional, legitimado - cuando ello es posible - en la figura de las Naciones Unidas. Ese gobierno mundial será la expresión política tanto de "gobiernos nacionales" como de grupos trans/nacionalizados cuyo poder se asienta en un específico proceso de innovaciones tecnológicas y transformaciones productivas.

 

Para la minoría “incluida” de la población del planeta, el "gobierno mundial" es cada vez más urgente, dada la creciente incapacidad de Washington para ejercer un verdadero liderazgo mundial. Esa urgencia es lo que aún une a las diferentes etnias de la raza blanca, y lo que pretende convertir a la cultura occidental en el tramo final de la historia humana.

 

Es cada vez más evidente que una nueva "contradicción principal" sacude los cimientos del sistema internacional. Ella se localiza en las luchas de las “razas marginales”, de las naciones y de las culturas excluidas contra las intervenciones religiosas, políticas, económicas y militares - en definitiva, raciales - de una nueva forma imperial que se pretende imponer sobre el Planeta.

 

Debemos recordar que en el estrecho marco geopolítico del “renacimiento” italiano, el primer gran teórico de la liberación nacional contra el proyecto del "imperio mundial" del Papa romano, fue Maquiavelo. Habrían de pasar muchos años desde la muerte del gran florentino hasta que otro europeo marginal, Herder, un judío eslavo-germánico, continuara desarrollando la trama teórica de la "cuestión nacional". Escribió:

 

"La civilización humana no vive realmente en sus manifestaciones generales y universales, sino en las nacionales y particulares. Cada nacionalidad es un organismo vivo. Todas las nacionalidades son igualmente sagradas, las que aparentemente han progresado y las llamadas 'primitivas'. A través de todas ellas se cumple el destino de la humanidad. Ningún individuo, país, pueblo, estado, son parecidos. Todo queda sofocado si uno no busca su propio camino y si se toma ciegamente a otra nación como modelo. Cada nacionalidad es la portadora original de una humanidad común, que vive y se despliega en todas las nacionalidades. Nada es tan repugnante al espíritu humano como la actividad de los conquistadores. No puede negarse que alguno de ellos han demostrado valor en el peligro, pero lo mismo puede decirse de los asaltantes de caminos y de los piratas. Es de esperarse que los asesinos y ladrones de pueblos y naciones sean un día objeto de la infamia y la deshonra, de acuerdo a los principios de una verdadera historia humana".

  

Polarización versus globalización

 

En un mundo globalizado, naturalmente, tienden a desaparecer los polarizadores internacionales (centros con gran capacidad de acción económica y/o estratégico/militar) y, en especial, los polarizadores clásicos, que son los que operaron en los últimos tres siglos de historia occidental, antes de la irrupción masiva de las razas “coloniales”. La globalización es la hegemonía de un solo polarizador. Los actores principales de la globalización tienen como objetivo la maximalización de los beneficios y no la potenciación de su propio Estado, aunque se trate de los Estados Unidos. Como entidad política y geográfica, el antiguo país central puede entrar en declive por el mismo proceso mediante el cual sus principales empresas logran beneficios crecientes ([7]).

 

La naturaleza del sistema internacional actual tiende a definir, en la escala global, sólo dos "países", con sus geografías y recursos desigualmente distribuidos: el país de los ricos o incluidos, y el país de los pobres o excluidos. Las instituciones estatales de los países excluidos, o "desgarrados", como las fuerzas armadas, deben definir - en primer lugar ante sí mismas - qué "país" aspiran a defender. Queda fuera de toda discusión, dentro de este modelo de gobierno mundial, que todo intento de integrar "fronteras adentro" del Estado/nación, es una actitud penalizada por la lógica del modelo. Uno de los objetivos principales de los actores transnacionales es lograr la privatización y la liberalización de los servicios -en especial de los servicios financieros-, más la eliminación de los principios básicos de la defensa nacional,  con el objeto de eliminar cualquier amenaza de planificación económica nacional y de desarrollo independiente.

 

Todas las instituciones integrativas dentro del Estado/nación deben ser destruidas, "desprotegidas" de los "favores" del Estado. Desaparece la "vieja" configuración "nacional" del Estado. Queda vigente una nueva configuración "estatal", la mayoría de las veces fragmentada o desgarrada. Es por ello que no desaparecen todas las formas de proteccionismo. Los mecanismos de protección son rediseñados para aumentar el poder y la riqueza de las grandes corporaciones transnacionales (que no necesariamente son multinacionales: gran parte del "capitalismo nacional" hoy se ha transnacionalizado sin multinacionalizarse).

 

La globalización como modelo de gobierno mundial es una estructura oligárquica que condena a la marginalidad al vasto "país" mundial de los excluidos, a los pobres y sin poder, dentro y fuera de los países centrales, dentro y fuera del espacio blanco-occidental. En el plano político interno opera dejando grandes vacíos en el ordenamiento democrático, de tal manera que la capacidad de decisión siga en manos de los que Adam Smith, en el siglo XVIII, llamó "los amos del universo", quienes se manejan "con el vil principio: Todo para nosotros, nada para los demás".

 

La organización oligárquica global succiona riquezas para el "país de los incluidos" que está desigualmente distribuido por toda la superficie del globo. Adam Smith acusaba a los fabricantes y comerciantes de su época de "infligir horribles infortunios y de perjudicar al pueblo de Inglaterra". Hoy en día, el 40% del comercio exterior de los Estados Unidos se realiza entre compañías dirigidas en forma centralizada. Esas companías pertenecen a los mismos grupos que controlan la producción y la inversión.

 

El efecto que provoca la acción de la oligarquía global sobre la totalidad del "país de los excluidos" es auténticamente devastador. El abismo que separa a las regiones ricas de las pobres se ha duplicado en las últimas dos décadas. La transferencia de recursos del "sur" al "norte" fue de 400.000 millones de dólares entre 1982 y 1990.

  

La fragmentación antioligárquica

 

Los factores de fragmentación son los elementos que pueden llegar a conformar, en líneas generales, nuevas opciones para las razas oprimidas, las culturas marginales y los Estados periféricos. Los factores de fragmentación se manifiestan en diferentes niveles:

 

*En la inviabilidad político/estratégica de los grandes espacios económicos. Inviabilidad significa desigualdades crecientes dentro de cada espacio económico. En el MERCOSUR, por ejemplo, Argentina se ha convertido en el segundo Estado más importante dentro de la República Federativa del Brasil. La formación de espacios económicos ampliados es, en la mayoría de los casos, una relación entre una misma empresa monopólica ubicada en dos puntos geográficos distintos. Dentro de esos espacios se producen enormes transferencias de recursos de las regiones más pobres a las más ricas. Esto sumado a las grandes disparidades culturales existentes, produce el fenómeno de la imposibilidad de traducir "poder económico" en "poder político/militar", como es el caso evidente de la Unión Europea, que nunca dejará de ser un simple "Mercado Común Europeo". En la Zona de Libre Comercio del Atlántico Norte (NAFTA) uno de los objetivos principales de los Estados Unidos es desarticular completamente la existencia nacional de México. Las reacciones secesionistas del Quebec son un ejemplo impresionante de fractura cultural dentro de un espacio económico central. En el Mercosur la desigualdad entre Brasil y la Argentina es creciente y directamente proporcional a los poderes nacionales relativos. La Comisión Norteamericana para el Comercio Internacional estima que las empresas de ese país obtendrían un beneficio adicional de 61.000 millones de dólares anuales provenientes del Tercer Mundo, si la OMC tuviese capacidad para aplicar las exigencias proteccionistas norteamericanas con la misma intensidad que lo hace Washington dentro del NAFTA. La protección de la propiedad intelectual está constituida por un conjunto de medidas diseñadas para que las multinacionales norteamericanas controlen la tecnología del futuro, por lo menos en una determinada región del mundo.

 

*En el creciente vacío de poder y en el incremento (ampliación y profundización) de los conflictos regionales. La mayoría de los conflictos regionales son respuestas militares de naturaleza racial y cultural desde los pequeños espacios a los grandes espacios (Chechenia versus Rusia = caucásicos musulmanes versus ortodoxos eslavos).

 

*En las crisis económicas nacionales dentro del mundo central, y las luchas interbloques e intrabloques.

 

*En la incidencia creciente de las variables demográficas (mayor crecimiento relativo de las razas marginales).

 

*En la expansión de religiones y culturas conformadoras de una concepción de un  mundo no/occidental. La expansión demográfica conspira contra el modelo oligárquico de gobierno mundial, ya que los ricos blancos son cuantitativamente cada vez menos. Tanto en el mundo musulmán como en el mundo eslavo la confluencia de factores religiosos y demográficos está llegando a niveles críticos para la estabilidad de las democracias protestantes y/o weberianas.

 

*En la evolución relativa de los poderes militares.

 

*En la consolidación de potencias regionales con gran capacidad de acción y en el nacimiento de potencias intermedias. Estamos viviendo el nacimiento de potencias medianas regionales. Ellas no sólo disponen de una adecuada ubicación geográfica o de alguna tecnología militar, como Turquía e Irán, dos polarizadores intermedios en el Nuevo Mundo Apolar. Ellas disponen sobre todo de una cosmovisión "finalista" de la acción política.

 

*En la naturaleza de las crisis en los centros decisionales y en el desarrollo de "guerras comerciales".

 

Este cuadro es particularmente claro en la configuración actual del mapa europeo y en el conjunto de tensiones dentro de la OMC (ex GATT).

 

La crisis económica actual tiene algunas similitudes con la que sacudió al mundo hacia finales de los años '20 y comienzos de los años '30 de este siglo. Ella comenzó, al igual que ahora, con un descenso del PB global real, lo que impulsó a los países más importantes de cada región a restringir las importaciones por el mecanismo de crear bloques comerciales en cada una de sus zonas de influencia. También, al igual que ahora, el funcionamiento de la economía a través de bloques comerciales restringió los flujos comerciales y los movimientos financieros internacionales (lo que hoy se llama "globalidad económica"). La consiguiente recesión transformó a los bloques comerciales en bloques militares. Los bloques comerciales vuelven a conformarse con el objeto principal de limitar las importaciones e incrementar las propias exportaciones fuera de los mecanismos multilaterales. En el límite de esta dinámica comercial y política estarán, de nuevo, e inexorablemente, los bloques militares. Es decir, la guerra.

 

Pero también tiene importantes diferencias. El escenario es ahora, por primera vez, global. Muchos actores son ahora no occidentales y no blancos. No se trata de la globalidad del siglo XIX, en cual el mundo colonial era un puro mercado, es decir, observador pasivo y víctima de los sucesos del mundo blanco central. Japón, China, India, Irán, Brasil, entre otras potencias intermedias, juegan un rol activo en la política mundial, y sus intereses - en diversos grados - son muchas veces discordantes y otras francamente antagónicos respecto de los intereses del Centro.

 

Estamos hablando de cambios profundos en la historia y en la estrategia global. La periodicidad de los cambios se ha modificado abruptamente. Los tiempos históricos deben ahora medirse no por decenios ni por años, sino por meses y semanas. Este incremento inusitado en la velocidad de los cambios se debe a la inclusión de nuevos, pero sobre todo de distintos actores en el escenario de la política mundial.

 

Hubo un punto en que fue posible registrar con gran exactitud el enorme viraje estratégico de la historia: en enero de 1993 la "potencia hegemónica" de un "mundo unipolar" no pudo reeditar una segunda campaña contra Irak (señalado como el "perturbador del sistema", en ese momento). La estructura de las alianzas que se había construido un año antes ya carecía de viabilidad, se había derrumbado, se había modificado total y absolutamente. En sólo un año el mundo era otro. Era para el otro. Comienza a ser para los que dispongan de voluntad de existir. Yugoslavia es otra región de conflicto donde se pone de manifiesto la imposibilidad de un "gobierno mundial", bajo cualquiera de las formas hasta ahora conocidas: unipolar, bipolar, pentapolar, etc.

 

Los conflictos y las coincidencias se entrecruzan, no coinciden ni en tiempo ni en espacio. En Bosnia, ex Yugoeslavia, existe una coincidencia objetiva de intereses, hoy, entre Alemania, Estados Unidos y algunos Estados musulmanes que por otra parte mantienen importantes conflictos entre sí. La convergencia entre EUA y Alemania se hizo extensiva a la ampliación de la OTAN hacia el este europeo (imposición alemana a los EUA). La alianza militar "occidental" actuará de pantalla protectora de la pretendida expansión económica de Alemania hacia el este (pero existen también cada vez más conflictos económico/comerciales entre Alemania y Estados Unidos). Inversamente, esa alianza nacida en Bosnia, difícilmente se pueda extender hacia el espacio árabe-persa.

 

La no percepción de la profundidad y de la velocidad de los cambios, de la drástica modificación de los ciclos históricos, del inexorable retorno a los viejos moldes raciales, étnicos, geopolíticos e históricos; la no percepción de las implicancias que conlleva el vertiginoso surgimiento de nuevas  oportunidades para las nuevas razas-culturas transformadas en potencias emergentes; la no percepción o la negación de esos fenómenos es lo que provoca la perpetuación en la dependencia de los hegemonizados, de los esclavos que optaron por la esclavitud.

 

 La despolarización del sistema internacional

 

El sistema internacional siempre se transformó a través de procesos de re/polarización. Los agentes polarizadores emergían a través de un conflicto complejo que adoptaba múltiples formas, incluyendo la militar. La polarización, la formación de polos de poder, fue siempre el resultado de un conflicto entre actores. Desde el siglo XVIII y hasta finales de la segunda guerra civil europea (1945), el escenario geográfico dentro del cual se producían esos procesos de repolarización era increíblemente pequeño y abarcaba a un muy reducido número de personas, en su totalidad pertenecientes a las diferentes etnias y culturas de la raza blanca del mundo occidental. Los procesos de repolarización se producían dentro de ese marco geográfico-cultural, ya que representaban conflictos internos dentro del occidente blanco (aún aquellos que se referían a los “problemas coloniales”). Esos conflictos adoptaban distintas formas, pero todos admitían una misma base: diferenciaciones étnicas, culturas y geopolíticas.

 

La característica del momento actual es que el número de actores se ha incrementado, al mismo tiempo que cada uno de ellos tiene mayor poder relativo. Sobre todo existe una diferenciación de intereses y de lógicas políticas entre los nuevos y los viejos actores (y entre los nuevos entre sí y entre los viejos entre sí). Los actores que predominan no pueden controlar la totalidad del sistema. Ese descontrol no origina un “orden” sino un des-orden.

 

El mundo árabe, Irán, China, India, Turquía, etc., son todas potencias emergentes dentro de la gran Isla Mundial (McKinder). Cada una de ellas intenta controlar espacios limitados de poder y ello, naturalmente, delimita intereses específicos, muchas veces contradictorios entre sí, pero sobre todo contradictorios con los intereses de los viejos actores de la cultura blanca occidental.

 

Los viejos actores, a su vez, aún no han podido definir ni muchos menos consensuar dentro de sus sociedades, el tipo de estrategia más adecuada a esta época tumultuosa. La llamada Unión Europea carece en absoluto de una estrategia unificada. Hacia el mundo eslavo, todos los Estados europeos y, aún, los EUA siguen detrás de Alemania, quien busca seguridad para sus negocios en el este. De allí la llamada “ampliación” de la OTAN.

 

Para cada crisis específica, Europa inventa, sobre la marcha, una política de emergencia. Casi siempre ligada a un pasado colonial o de despojo: Italia en Albania; Francia en algunas - cada vez menos - regiones de África; Alemania en Croacia y Eslovenia; Gran Bretaña en el Atlántico Sur, y así sucesivamente. La política norteamericana aún no ha resuelto, ni mucho menos, sus opciones históricas - excluyentes entre sí: (neo)aislacionismo, euro-atlantismo o Asia-Pacífico. A pesar de ser, sin duda alguna, la primera potencia del mundo, en cada coyuntura parece ir a remolque de los acontecimientos. No tiene capacidad de suscitar lealtades profundas hacia el exterior, ni consenso perdurable hacia el interior. La sociedad americana es crecientemente multirracial -es decir, policultural. Vive, por lo tanto, en una situación creciente de desgarro interior. Con cada vez mayor frecuencia las decisiones de la élite -blanca, rica y protestante- son contestadas por las distintas razas, etnias y culturas que integran esa sociedad contradictoria.

 

El drama permanente de África, los genocidios constantes y las más terribles acciones contra los “derechos humanos”, son los resultados presentes no sólo de un pasado colonial, sino sobre todo de la multipolaridad decisional instalada en el Occidente blanco (aquí la definición racial blanco-negro cobra su auténtico significado, su criminal significado malthusiano).

 

Todo ello significa que el proceso de repolarización tradicional - en la escala blanca-europea - ha devenido en proceso de despolarización en la escala global actual: y el estado final de la despolarización es la apolaridad. Hoy asistimos a una etapa de la historia mundial en que el "orden" internacional se encuentra en estado de apolaridad por la acción de factores infinitamente más complejos que los que afectaron a la política occidental entre los siglos XVIII y XX. Ningún centro decisional controla hoy todos los segmentos que conforman la estructura de las relaciones internacionales; ésta ha sido desbordada por los acontecimientos, por el factor racial-demográfico, en primer lugar. EUA debe compartir poder con el resto de los actores en distintos segmentos del sistema (ciencia, tecnología, finanzas, comercio, capacidad militar, etc.).

 

El factor racial, y la carga cultural que de él se desprende, produce un descontrol que se generaliza a partir del nacimiento de conflictos que se manifiestan como "rupturas del mapa". Al haber desaparecido el viejo sistema, y al no haber sido reemplazado por uno nuevo, hoy no existe estructura como fundamento de un orden definido. Hay licuación del poder, es decir, apolaridad, ya que toda estructura es siempre la confirmación de un poder (orden) internacional relativamente estable.

 

Ninguno de los antiguos polarizadores del sistema - ni, por supuesto, los nuevos - tienen capacidad para imponer un orden, ni a escala global, ni dentro de cada uno de los segmentos de poder que integran la dinámica política internacional. Y, debido a que los cambios se producen a un ritmo muy acelerado, tampoco existe consenso acerca de cuáles deben ser las reglas aceptables para la estabilidad de un nuevo sistema internacional.

 

En todo caso hoy estamos afectados por un "antisistema", que es algo muy próximo a un des/orden. Dentro de él, un conjunto cada vez más numeroso de "polarizadores menores" o actores secundarios (las antiguas razas inferiores de la ciencia occidental) pugnan por establecer reglas en cada uno de los segmentos de poder, básicamente, en los estratégico/militares, en los científico/técnicos y en los económico/financieros. Esa pugna aún no se ha resuelto, por lo que no hay orden global (autoridad ordenante) que impere sobre la totalidad de los segmentos de poder. La apolaridad es la anulación respectiva de poderes entre un número relativamente alto de polarizadores secundarios. No es multipolaridad porque la apolaridad no permite la realización de alianzas estables y largo plazo entre actores.

 

Hay una multiplicación cualitativa y cuantitativa de actores/polarizadores. No sólo más, sino también nuevos actores con capacidad de influencia. Ellos van desde la banca acreedora (occidente blanco) hasta la emergencia de nuevos Estados (razas marginales hasta la segunda guerra civil europea). Ahora, las relaciones mundiales no son sólo inter/estatales, sino inter/nacionales e, inter/organizacionales, inter/culturales pero, sobre todo, inter/étnicas.

 

La modificación de la estructura global - el pasaje de un orden a un des/orden - se realiza a través del control, por parte de actores secundarios, de los distintos segmentos de poder que la conforman. Los actores pugnan por el control de las áreas más importantes que integran la actividad mundial global. En muchas áreas o segmentos no hay un actor predominante porque se está iniciando un conflicto de licuación de vastas proporciones.

 

Actualmente la actividad mundial se caracteriza por tener una "autoridad ordenante" cada vez más débil a medida que los conflictos que se avizoran se hacen cada vez más reales. Ello conlleva una creciente desconcentración del poder; éste se hace difuso. La difusión (licuación) del poder es el resultado de una represión recíproca entre adversarios cada vez más numerosos e iguales. Cada vez es menor la  "autorepresión de potenciales disturbadores". Esto último comenzará a evidenciarse, por ejemplo, con la recomposición y potenciación que en estos momentos se realiza en el mundo árabe musulmán y en otros muchos puntos del planeta ([8]).

 

 LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA COMO FACTOR DECLINANTE DE LA POLARIZACIÓN INTERNACIONAL

 

Y así llegamos al punto más importante de esta cuestión: la situación interior de la sociedad norteamericana y sus reflejos sobre su sistema de poder exterior. Si tomamos en cuenta algunos parámetros que esa sociedad presenta en este fin de siglo [un conglomerado de grupos humanos todos ellos étnica y culturalmente minoritarios], sus proyecciones podrían generar una verdadera fractura etno-cultural en la sociedad norteamericana. Las recientes olas inmigratorias en las últimas dos décadas han modificado drásticamente la composición cultural, religiosa y étnica de los Estados Unidos. Los blancos europeos serán dentro de poco sólo algo más de la mitad de la población. Dentro de ese grupo étnico los más afectados serán los blancos anglo-protestantes. Lo que señala que el propio lobby judío se verá arrastrado a la baja cuantitativa, lo que podrá afectar también a su poder decisional, que actualmente es enorme. Pero el 14% de la población negra norteamericana incluirá, posiblemente, a la mayor comunidad musulmana del Occidente-central (EUA+Europa Atlántica). Hoy, ya, la Nación - negra - del Islam es la mayor comunidad musulmana en Occidente.

 

Estos cambios estructurales se producen en un ambiente donde predomina la ideología llamada del “multiculturalismo y la diversidad” activamente promovida por la Administración Clinton y sistemáticamente rechazada por el fundamentalismo evangélico-calvinista, quien acusa a la actual Administración de ser la responsable de haber fragmentado a la política exterior de la superpotencia. En efecto, el “interés nacional” se ha dividido y subdividido en innumerables “intereses étnicos” (Huntington), enfrentados entre sí. Son los lobbies de las diferentes minorías nacionales los que, en última instancia, definen la política de Washington hacia el “mundo exterior”. “Para la comprensión de la política exterior de los EUA es necesario estudiar no los intereses del Estado en un mundo de Estados en competencia, sino más bien el juego de intereses económicos y étnicos en la política interior del país. La política exterior, en el sentido de acciones conscientemente designadas para fomentar los intereses de EUA como una entidad colectiva en relación con entidades colectivas semejantes, está lenta pero inexorablemente desapareciendo” (Samuel P. Huntington, Intereses nacionales y unidad nacional, Foreign Affaires-Política Exterior, Vol.XII, Nº61, p.177).

 

Dado el estado de fragmentación en que se encuentra el sistema decisional exterior, tampoco habría que descartar la existencia de una convergencia de intereses externos e internos, similar - aunque en escala menor, naturalmente - a los acontecimientos que permitieron a la escuadra japonesa, en diciembre de 1941, bombardear la base de Pearl Harbour. Sólo esa acción, que fue consentida y alentada por los más altos mandos militares y políticos de un gobierno universalista-demócrata (ello ya está admitido por la práctica totalidad de la literatura histórica académica norteamericana), venció las resistencias sociales aislacionistas y posibilitó la entrada de los EUA en la segunda guerra mundial (en especial contra Alemania). Pero aquellos eran otros tiempos: los Estados Unidos representaban plenamente el papel de una potencia imperialista joven y dura.

 

En los Estados Unidos de Norteamérica el fenómeno socio/cultural contemporáneo más importante es la emergencia de distintas modalidades de un fundamentalismo de raíz evangélico/calvinista. La plena vigencia de esta realidad tiene múltiples manifestaciones, aunque en esencia todas ellas buscan como objetivo central restaurar el poder de los Estados Unidos en el mundo. Esta es la clave para entender el significado de la alianza entre el fundamentalismo evangélico norteamericano y el fundamentalismo judío israelí, más allá de su clara convergencia teológica. Los primeros buscan re-encontrar una perdida voluntad de poder. Para ello proponen un retorno a los fundamentos religiosos "americanos". Los fundamentalistas judíos, en cambio,  buscan controlar para sí la enorme capacidad norteamericana, dotándola de una nueva voluntad.

 

En el plano político/económico resultan obvias las relaciones entre fundamentalismo evangélico/calvinista y aislacionismo estratégico, porque la alternativa terrorista dentro de los Estados Unidos (Oklahoma), producida en función de factores absolutamente endógenos, es una situación en su totalidad indesligable del crecimiento político del ala más extrema del "republicanismo" norteamericano. La eclosión de un terrorismo endógeno de raíz fundamentalista en la tradición del evangelismo calvinista no pudo haberse manifestado - bajo ninguna circunstancia - antes de que se lograra esa hegemonía (no tanto política cuanto cultural) “conservadora”, que es una expresión profunda de la sociedad norteamericana.

 

"Sólo los Estados Unidos pueden dirigir al mundo. Estados Unidos sigue siendo la única civilización global y universal en la historia de la humanidad. En menos de 300 años nuestro sistema de democracia representativa, libertades individuales, libertades personales y empresa libre ha puesto los cimientos del mayor boom económico de la historia. Nuestro sistema de valores es imitado en el mundo entero. Nuestra tecnología ha revolucionado la forma de vida de la humanidad y ha sido la principal fuerza impulsora de la globalización ... La revolución política y cultural que está ahora en proceso en Estados Unidos - marcada por la llegada de un nuevo Congreso republicano a Washington -  está encaminada, por encima de todo, a acabar con la decadencia de nuestro sistema mediante la renovación del compromiso con los valores y principios que han hecho que la civilización norteamericana sea única en el mundo". Senador Newt Gingrich, Los Estados Unidos y los desafíos de nuestro tiempo.

 

Son muy pocos los analistas del sistema político norteamericano que relacionan el retorno masivo del “conservadurismo republicano” a los más importantes resortes de poder de ese país, con el largo y profundo proceso de transformaciones culturales y religiosas que vienen experimentando las bases blancas anglo-protestantes de la sociedad norteamericana en, por lo menos, las últimas dos décadas, y a ambas situaciones con el inicio de un conflicto civil (racial,  económico, social y teológico) de grandes proporciones.

 

La clave de la nueva situación que se avecina puede ser graficada a partir de la imagen del iceberg: las escaramuzas que vemos en la superficie de la política norteamericana no son más que reflejos, efectos casi secundarios de "...un movimiento de fondo que ha llevado a ciertas capas de la sociedad estadounidense a formular en categorías evangélicas o fundamentalistas el rechazo a los 'valores seculares', que consideran dominantes y nefastos, y el anhelo de un cambio profundo de la ética social" (Gilles Kepel, La revancha de Dios).

 

A diferencia de lo ocurrido en la "era Reagan" (que, vista a la distancia, puede ser definida como una simple alteración de la política económica) lo que hoy se propone la nueva dirigencia evangélico/republicana es refundar lo que ellos llaman la civilización (norte)americana. El programa que contiene los objetivos políticos inmediatos del partido Republicano está contenido en un texto sugestivamente titulado Contrato con América. Tal “Contrato” se basa fundamentalmente en:

 

* La reducción al máximo del aparato del Estado;

* la supresión de casi todos los programas sociales;

* la rebaja de los impuestos a los sectores superiores de la pirámide social;

*  el endurecimiento de la acción contra la delincuencia;

* el impulso decisivo a los valores religiosos tradicionales (oración obligatoria en las escuelas);

*  la restricción casi absoluta de todo tipo de "ayuda exterior";

* El endurecimiento de la política hacia Rusia y el aceleramiento de la entrada en una OTAN norteamericanizada de los países de la Europa Central;

* La redefinición del rol de los Estados Unidos en la ONU (los eventuales "cascos azules" norteamericanos no actuarán nunca bajo la conducción de ningún general extranjero), etc.

 

Se trata sólo de medidas de corto plazo muchas de las cuales ya han sido adoptadas por el Partido Demócrata- ya que los principales dirigentes políticos y religiosos que avalan el Contrato previeron un tiempo mayor, que ya está llegando a su fin, para derrotar a las "élites progresistas, esa pequeña facción de liberales contraculturales que están aterrorizados ante esta gran oportunidad de renovar la civilización americana" (Gingrich se refiere sin duda alguna a la Administración Clinton, impulsora del “multiculturalismo”).

 

La búsqueda de la nueva identidad norteamericana pasa hoy por un retorno decidido al individualismo y al calvinismo radical, con raíces en el valor del colono, en la confianza en el poder del individuo, en la fe sobre un sueño de éxito en una tierra de promisión. Esta última interpretación, que es genéricamente correcta, no logra sin embargo abarcar la diferenciada intensidad del nuevo movimiento que se avecina, luego de la caída de Clinton.

 

El nuevo conservadurismo norteamericano no es más que la expresión política superficial de un movimiento religioso y cultural profundo orientado a enterrar la "mentalidad liberal" y el "humanismo secular". Por debajo de los movimientos políticos están los movimientos religiosos y culturales que, por primera vez, son los que impulsan a los primeros. Por eso son tan importantes algunas cuestiones como la del rezo en las escuelas. A partir de allí los movimientos evangelizadores de base esperan lograr una nueva articulación entre la familia y la sociedad civil, impugnando la política educativa "sin Dios" que impulsa el Estado secular liberal.

 

Los activistas más destacados del movimiento tras la fachada política son los evangélicos, que han realizado en las últimas décadas una práctica social y educativa de gran significación en la sociedad norteamericana. Hacia los finales de los años 60 "...esa práctica se ejercía en diferentes niveles, de la parroquia a la constitución de redes nacionales que se valen de los grandes medios -primero la radio y la prensa, luego la televisión- para difundir un mensaje de resocialización, de reconstitución de comunidades creyentes que, más tarde, de mediados de los 70 en adelante, apuntará a la transformación política de América por medio de la recristianización". (Gilles Kepel, op.cit).

 

Las profundas modificaciones que se están introduciendo en la composición étnica de la población del espacio norteamericano de la civilización occidental es un factor que afecta decididamente al decline de esa civilización -entendiéndola a partir de su proyecto fundacional. Entre 1980 y 2050 la población blanca descenderá del 80 al 52,8%: es decir se convertirá sólo en la “primera minoría” racial. 

 

Estamos en presencia de un gran cisma espiritual que fue señalado por Toynbee como causa básica de la crisis de las civilizaciones : "...es el signo inequívoco de una ruptura espiritual que hiere las almas de los individuos pertenecientes a una sociedad en proceso de desintegración. En las expresiones sociales de esa desintegración, subyacen las crisis personales de conducta, creencia y vida, que son la verdadera esencia y origen de las manifestaciones visibles del colapso social" (Toynbee, El Estudio de la Historia).

 

No es en absoluto una casualidad  que el terrorismo en los Estados Unidos de Norteamérica, ya definido como endógeno, fundamentalista, conservador y aislacionista, que se manifiesta en contra de las grandes megalópolis "internacionalizadas" (en verdad, multirraciales, con altos crecimientos en la tasa demográfica) de ese mismo país, eclosione en los espacios tradicionales de la "América profunda". La estructura ideológica del terrorismo fundamentalista norteamericano responde con absoluta exactitud al modelo que expone David Rapoport (en: Terrorismo sagrado): "La tarea fundamental es deshacerse del enemigo interno porque, sin apóstatas, los enemigos externos son impotentes".

 

En este caso el Enemigo Interno Nº1 es un Estado Federal "globalizado". Ese Estado Federal -cosmopolita y multirracial (o poliétnico y multicultural)-, dada la evolución actual de su base económica/productiva no tiene otra alternativa que erradicar "los elementos fundacionales de los Estados Unidos" en función de la globalización internacionalista. Allí aparecen los "guerreros de la tradición", quienes representan "el período fundacional" (de la nación norteamericana) en el cual Dios (en su versión original calvinista y, luego, evangélica) estaba en contacto directo con la comunidad de los colonos/peregrinos. Nótese el paralelismo con el pensamiento de los colonos judíos fundamentalistas, que proviene de dos lecturas similares del Antiguo Testamento.

 

Esa internacionalización es la vía que llevará al Planeta, de una guerra civil occidental, a una guerra global intercivilizaciones. El funcionamiento del sistema internacional de las últimas décadas y sus proyecciones más probables pueden ser periodizados de acuerdo a la siguiente secuencia: Guerra fría, período de incertidumbre, paz fría (situación actual), guerra civil mundial o guerra global intercivilizaciones.

 

Antes hemos utilizado ex-profeso la palabra "tradición", porque la misma tiene un correlato causal con la estructura económico/productiva - asimismo "tradicional" en la doble dimensión agro e industrial - de la cual emergen estos grupos paramilitares, quienes se diferencian del terrorismo secular anterior porque sólo están legitimados por una determinada interpretación que hacen ellos mismos de su propio pasado, de su "período fundacional". El "viejo" terrorismo secular, en cambio "describe y evalúa un conjunto de tácticas diferentes, que funcionarán según lo indiquen la historia y la razón" (Rapoport, op.cit.).

 

Decadencia de la "civilización norteamericana": embriaguez de victoria. Exceso de ambición. Una sociedad idolizada.

 

Para explicar en términos culturales lo que hoy está sucediendo en el interior del  Imperio transcribiremos un fragmento de un magno tratado de verdadera ciencia económica, que encierra una visión estratégica universal y atemporal: "Os quejáis de la agresión de enemigos externos. Mas si el enemigo externo cesara de hostigar, ¿serían realmente capaces los romanos de vivir en paz con los romanos? Si el peligro exterior de invasión por parte de bárbaros armados pudiera ser conjurado ¿no quedaríamos expuestos a una agresión civil, más feroz y pesada, en el frente interior, en forma de calumnias e injurias infligidas por los poderosos a sus más débiles conciudadanos? Os quejáis de las malas cosechas y de las hambres, pero las peores hambres no se deben a la sequía, sino a la rapacidad, y la más flagrante miseria nace del lucro excesivo y del aumento de precios en el mercado del trigo. Os quejáis de que las nubes no vierten su lluvia en el cielo, e ignoráis los graneros que dejan de verter su cereal en la tierra. Os quejáis del descenso de la producción y pasáis por alto el fallo en la distribución a quienes lo necesitan de lo que en la actualidad se produce. Denunciáis la plaga y la pestilencia, mientras que, en realidad, el efecto de tales calamidades es sacar a la luz o hacer comprender los crímenes de los seres humanos..." (San Cipriano, Ad Demetrianum, citado por Toynbee, en El Estudio de la Historia).

 

"Las civilizaciones han hallado la muerte no por causa del asalto de un agente externo e incontrolable, sino por sus propias manos (Toynbee, op.cit.). En el siglo IV un obispo cristiano occidental llegó a la misma conclusión: "El enemigo se halla dentro de vosotros; la causa de vuestro error radica en vosotros. Os digo que se encierra sólo en vosotros" (Ambrosio, Hexameron I).

 

Toynbee expone un proceso universal que conduce al "colapso de las civilizaciones". Simplificándolo brutalmente, ese "mecanismo" macrohistórico funciona de la siguiente manera. En principio la catástrofe se origina en la "facultad de mimesis" y finaliza con la "amnesis de la creatividad". Una sociedad caracterizada por la producción de "máquinas" (que son cada vez menos "mecánicas") convierte a las relaciones sociales en un "mecanismo", y comienza a implementar respuestas "mecánicas" a problemas nuevos. Queda erradicada la iniciativa, es decir aquello que llevó a esa sociedad a la cúspide del poder. La sociedad se mimetiza con la máquina que ella misma ha construido. "El ritmo mecánico constituye el noventa por ciento de un organismo (socio/histórico), y está subordinado al resto, a fin de que ese otro diez por ciento de energía pueda concentrarse en la evolución creadora. Si dicho ritmo se extiende a la totalidad (socio/histórica) ésta se degrada hasta la monstruosidad de un autómata. La diferencia entre un noventa por ciento y un ciento por ciento de mecanización es toda la diferencia en el mundo. Y precisamente se trata de una diferencia entre una sociedad en crecimiento y una sociedad estancada... Una pérdida de la autodecisión es el criterio último del hundimiento, pues es la inversa del criterio de crecimiento" (Toynbee).

 

Cuando una civilización olvida que su rol es de creación y no de destrucción se genera un campo para que actúe "la envidia de los dioses". Según Herodoto: "No permite Dios que nadie se encumbre en su competencia". Pero en verdad se trata de una sociedad estancada que se destruye a sí misma. A partir del "olvido" de la creatividad, que se origina en la "embriaguez de la victoria" y en una "ambición excesiva" comienza el proceso terminal, consistente en la "idolización de un yo efímero": "La idolatría puede definirse como una adoración intelectual y moralmente ciega de la parte en lugar del todo, de la criatura en vez del Creador, del tiempo y no de la eternidad" (Toynbee). No sólo las sociedades modernas idolizan a ciertas instituciones y a ciertas metodologías de pensamiento (democracia/ciencia, p.e.). "Un caso clásico en el que idolizar una institución condujo a una civilización entera al desastre, viene dado por el engreimiento de la cristiandad ortodoxa, que se consideraba como un espectro del Imperio Romano. Esta antigua institución cumplió su función histórica y completó su ciclo natural de vida antes de que la sociedad cristiana ortodoxa llevara a cabo su fatal intento de resucitarla" (Toynbee).

 

El punto final, en el que se encuentra actualmente la "civilización norteamericana", es la idolización de una tecnología y de una técnica militar efímera. "Antes del día fatal en que desafía a los ejércitos de Israel, Goliat ha cosechado tan rotundas victorias con su maciza lanza y su impenetrable armadura, que ya no puede concebir ningún otro armamento, y se considera invencible" (Toynbee).

 

ESTADOS UNIDOS: CAPACIDAD DE GLOBALIZACIÓN Y VOLUNTAD "AISLACIONISTA". DE LA ESTRATEGIA DE "CONTENCIÓN" A LA ESTRATEGIA DE "EXPANSIÓN".

 

El primer Asesor de seguridad nacional del presidente norteamericano, Anthony Lake, expresó -durante la última semana de setiembre de 1993- el primer esbozo público y explícito de la concepción estratégica globalista.

 

Según Lake, esta concepción fue elaborada con el objeto de sustituir la estrategia de contención dominante durante la guerra fría. "La estrategia continuadora de la doctrina de contención debe ser de expansión -expansión de la comunidad libre de democracias de mercado del mundo" (Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la John Hopkins University).

 

Lake presentó los principales lineamientos dentro de los cuales el gobierno norteamericano escogerá sus opciones de política internacional. "Para ser exitosa una estrategia de expansión debe presentar distinciones y establecer prioridades". La nueva estrategia se desarrollará principalmente sobre cuatro prioridades.

 

La primera prioridad de la "estrategia de expansión", "debe ser el fortalecimiento de un núcleo conformado por las grandes democracias de mercado del mundo, así como los vínculos existentes entre ellas, revalorizando el sentido de sus intereses comunes". "El estancamiento económico y sus consecuencias políticas limitan una capacidad de acción decisiva de las grandes potencias democráticas en sus múltiples desafíos comunes, desde el GATT hasta Bosnia".

 

La segunda prioridad de la "estrategia de expansión" es ayudar a la democracia y a la economía de mercado a expandirse y sobrevivir en lugares como Rusia, Europa Oriental y otras regiones ex/comunistas, "donde tenemos las mayores preocupaciones de seguridad y donde podemos tomar la mayor ganancia. La meta es la transformación de países que en otro momento fueron amenazas, en socios económicos y diplomáticos".

 

Tercera prioridad: "Minimizar la capacidad de acción de Estados de fuera del círculo de la democracia y del mercado libre". Se procurará "aislar a esos Estados, en términos militares, diplomáticos, económicos y tecnológicos".

 

Cuarta prioridad: "Intervenciones humanitarias". Debe existir la decisión de intervenir. Vivimos en una época en la cual existen menos restricciones que en la época de la bipolaridad para intervenir en países extranjeros. Las intervenciones se justifican en la resolución de problemas de seguridad nacional.

 

El dato fundamental, que caracteriza a la actual interacción de EEUU con el mundo, es la inexistencia de una voluntad acorde con los principios antes enunciados. Ello significa, en términos políticos, más "reacción" que "acción", más "control de crisis" que "manejo de crisis"; ello sugiere, en última instancia, ir detrás de los acontecimientos y no delante de ellos.

 

La lógica del poder - esto es, la de una política exterior global que pretenda mantenerse en la cúspide de las decisiones mundiales -, inevitablemente implica detentar la vanguardia y no la retaguardia en el devenir de los hechos. Significa necesariamente "estar" en el mundo. En ello se debate hoy, como en su origen, la "república-imperial": la tensión entre aislacionismo y globalismo vuelve al centro de la escena.

 

Lo cierto es que hoy es impensable un liderazgo mundial sin una activa, clara y decidida participación, que asuma oportunidades y riesgos. La república-imperial, so pena de desmoronarse, no puede ya replegarse. Pero la tendencia al aislacionismo es muy fuerte, y el globalismo activo - base de toda política exterior de cualquier nación que pretenda detentar el rango de superpotencia - se encuentra hondamente fracturado.

 

El "destino manifiesto" de la nación estadounidense, y su labor "civilizatoria" - imposición de sus patrones fundacionales -, se ven hoy desorientados en la actual situación mundial. Las indecisiones, la ausencia de coherencia y de definición ante potenciales y actuales problemas y conflictos, se tornan día a día más graves. Los acontecimientos internacionales a los cuales se ha enfrentado EEUU, muestran no sólo su desconcierto y confusión, sino también la ausencia de una política exterior cabal y la falta de una elaboración estratégica no convencional acorde a los actuales tiempos, para dirimir acontecimientos y retomar el pretendido liderazgo.

 

Desde el punto de vista de sus "capacidades", los EEUU están en condiciones de desarrollar una política exterior auténticamente global, esto es, de proyectar poder en busca del logro de ciertos patrones de equilibrio que le den gobernabilidad al sistema. Pero, desde el punto de vista de sus "voluntades" - y éste es el factor decisivo -, los EEUU se encuentran fuertemente inclinados hacia el "aislacionismo", por varias y diferentes cuestiones, lo cual impide el desarrollo de una política exterior "activa", convencida y convincente.

 

La sociedad norteamericana está polarizada (como lo estuvo y lo está, en otro nivel y circunstancia, la francesa [y gran parte de la europea] en torno a Maastricht). Esa polarización implica una fractura de la sociedad prácticamente en sectores iguales y antagónicos. No es casual que en todos los últimos grandes referendums producidos en los países capitalistas centrales, en los que la cuestión de fondo estaba siempre referida a la relación nación/mundo, en todos los casos las sociedades se escindieron en un empate casi simétrico. En los últimos tiempos esta situación va cambiando sólo en un sentido. Hacia fines de 1997 el 80% de los alemanes estaba contra el "proyecto de moneda única"; sin embargo la casi totalidad de la clase política dirigente de ese país, a excepción de los movimientos nacionalistas, lo apoyaba casi sin fisuras.

 

El resultado final de esta disociación - hacia el mediano y largo plazo - es el de restar total operatividad a cualquier decisión que se adopte, porque la misma - cualquiera ella sea - carece de la fuerza social interior necesaria para respaldarla en el largo plazo dentro de un entorno crecientemente desfavorable. Surgen así políticas carentes de convicción (voluntad) porque son políticas que surgen del disenso. Esto es, de la polarización interior.

 

Las grandes decisiones exitosas de la política exterior norteamericana tuvieron siempre un fuerte respaldo social interior. Por el contrario, sus grandes fracasos siempre se originaron en fallas y fisuras localizadas dentro de la sociedad norteamericana. Los dos grandes ejemplos, de una y otra situación, siguen siendo: la entrada norteamericana en la IIGM (luego de Pearl Harbour) y la derrota de sus ejércitos en Vietnam.

 

La administración Clinton parece agudizar y llevar al límite esta disociación-polarización, este divorcio entre capacidades y voluntades. La inexistencia de "voluntad" y apoyo en la opinión pública norteamericana hacia una política exterior activa, que normalmente obliga a descuidar los problemas domésticos, no permite que la clase dirigente asuma sin complejos ni temores de censura, el papel dinámico en el escenario mundial para estar a la altura de los acontecimientos.

 

La ausencia de voluntad y convicción por parte de la opinión pública, está condicionada por los costos que tal liderazgo y tal política exterior requerirían a su nación, en un mundo tan incierto y conflictivo. Ello, no sólo por factores externos (¿Por qué intervenir y morir en guerras ajenas?), sino también por factores internos que tienen que ver con una nueva definición del concepto de seguridad nacional de la cual la opinión pública es consciente: seguridad nacional es hoy, una economía fuerte que revierta la situación de los EEUU como principal deudor mundial, así como el deterioro en los niveles de vida ejemplificados por la creciente marginalidad, por el deterioro de los seguros sociales, médicos, etc.; casi todos hechos percibidos por el electorado norteamericano como consecuencia de la "cruzada" estadounidense llevada a cabo años atrás contra el comunismo. Por estos y otros factores, la cohesión y la voluntad interna para ejercer un fuerte liderazgo en la escena mundial, no existen. Una política exterior creíble, cabal y efectiva, debe estar apoyada en la convicción de utilizar el poder en caso de ser necesario. Pero ¿qué es el poder sino la sumatoria de capacidades y voluntades?

  

La ruptura del orden bipolar

 

La segunda causa del desconcierto norteamericano y de la ausencia de una política exterior coherente y activa (más allá de los intereses específicos del lobby judío-norteamericano, y de otros intereses organizados étnicos específicos, como el polaco, el saudí, el irlandés o el armenio), que no sólo se dedica a reaccionar ante problemas y conflictos, debemos buscarla en la honda incomprensión del nuevo escenario internacional y la consecuente carencia de estrategias no convencionales.

 

En los últimos cincuenta años, EEUU definió "intereses" a partir de "amenazas"; esto es, militarizó su política exterior. La ex Unión Soviética se convirtió en el objetivo político-militar de la política exterior norteamericana. El orden bipolar redujo amenazas y simplificó, no sólo la definición de intereses, sino también la "vida misma", a la vez que unificaba voluntades internas - opinión pública - y externas - mundo occidental.

 

Los EEUU siguen hoy definiendo intereses a partir de amenazas. Pero quien define la amenaza principal no es la sociedad americana en su conjunto, sino, principalmente, el lobby judío de la "costa este". Lo cierto es que hoy, con innumerables e inciertas amenazas y riesgos, no pueden ya seguir definiéndose intereses, puesto que ha cambiado la naturaleza misma de las relaciones entre aquellos y las actuales “amenazas”. Los riesgos y las amenazas de hoy no pueden "sólo" militarizarse, ya que atañen más que nunca a nuevas definiciones del concepto de seguridad nacional. No significa esto descartar postulados del “realismo” político, ni que el poder deje de ser el factor central de la política internacional, sino y por el contrario, significa que el poder adquiere hoy formas mucho más variadas que las de la simple fuerza militar.

 

El equívoco en la aplicación por parte de los EEUU de la vía militar en Somalía o en Haití, en Panamá o Irak, por sobre la salida política negociada, recuerda en buena medida - salvando coyunturas - el episodio de Vietnam. No alcanza muchas veces con ser el "más fuerte" para vencer. Y ello es especialmente cierto en esta fase de total hegemonía del lobby judío-norteamericano. Su extraordinaria potencia aparente es su gran debilidad, ya que la política exterior de este imperio sui generis depende de la viabilidad de un micro-Estado: el de Israel. No hay ninguna analogía posible con Roma. La ausencia de claridad estratégica es, sin dudas, el mayor enemigo actual de la misma nación norteamericana.

 

Desorientado, y al comprobar que su poder panóptico no resulta efectivo en conflictos tan concretos como cercanos - Haití, por ejemplo - EEUU se siente acechado por potencias "renovantes" o "Estados transgresores" - aquellos que pretenden modificar el status quo como única vía de mejorar posicionamientos -; esta situación obliga permanentemente a los Estados Unidos a definir hasta dónde está dispuesto a correr riesgos y comprometer recursos, en la determinación del nuevo mapa de poder de la pos-guerra fría.

 

Pero, en tal enfrentamiento, los EEUU se encuentran en situación de orfandad estratégica. De los elementos claves conformantes de toda estrategia - capacidades, objetivos, conceptos y voluntades - los EEUU poseen sólo, hoy, sin cuestionamientos, el primero de ellos. No obstante, tales "capacidades" norteamericanas se encuentran en declive merced no sólo al fortalecimiento de las capacidades y voluntades de actores secundarios, fundamentalmente los llamados "transgresores", sino también debido al deterioro de la misma situación interna estadounidense.

 

Agravando tal cuadro de orfandad estatégica, la confusión y el desconcierto norteamericano se profundiza al comprobarse la ineficacia de sus maniobras disuasivas, otrora exitosas. Ello no podía ser de otra forma, puesto que uno de los elementos centrales de la disuasión, es la proyección hacia terceros actores de la determinación propia. Pero ¿cómo puede existir determinación cuando se carece de la voluntad para la acción, cuando es un grupo concreto (lobby interno), y no "la Nación", quien define toda la política externa (e interna)?

 

Independientemente de los factores enunciados, los EEUU "desconocen" el mundo, debido a la “superioridad moral” que se autoadjudican. Ella es una herencia inequívoca de la lectura con ojos calvinistas del Antiguo Testamento o Biblia Hebrea. Esta superioridad, devenida en mandato moral destinado a enderezar el mundo (Tribunal de Nuremberg), en base a su misión civilizatoria enmarcada en la promoción de determinados valores - democracia, libre mercado, derechos humanos - alcanzó su cenit en la fundamentación de lo que se dio en llamar "el fin de la historia".

 

Pero la defensa y promoción de valores, sólo fue, es y será tenida en cuenta, después de que se hallan asegurado los intereses históricos vitales estadounidenses: seguridad, estabilidad y hegemonía. En tal caso, no sólo serán respetados aquellos valores sino, y también, utilizados con convicción y sin escrúpulos en la justificación de acciones "non sanctas". En este aspecto, EEUU sólo buscó siempre la Pax y no la Paz. Su política en Oriente Medio, encauzada por el lobby judío-americano, es la mejor demostración concreta de esta verdad genérica.

 

 Hegel, Haushofer y Spengler

 

Así como en la Fenomenología del Espíritu, Hegel piensa a Napoleón, a su Imperio y al Estado Homogéneo Universal, el Polo Euroasiático fue profetizado por Oswald Spengler pero sobre todo por el general profesor Karl Haushofer. El distanciamiento norteamericano respecto de Europa y el resurgir de su aislacionismo, son cuestiones que habían sido señaladas por el general Haushofer hace ya siete décadas. Haushofer imaginó exactamente un teatro altamente conflictivo, dentro de "una gigantesca tempestad". De hecho Haushofer aconsejó, a los dirigentes alemanes de la época,  favorecer todos los factores que tiendan a profundizar la tradicional vocación norteamericana por el aislacionismo. Cuanto más grande sea la distancia entre ambas márgenes del Atlántico, mayor será la seguridad de los pueblos del corazón terrestre (Heartland).

 

El acortamiento de la distancia entre ambas orillas de la Cuenca del Atlántico significa que los Estados Unidos deciden unir su suerte a la del Imperio Británico (Haushofer, 1925). Ello representa una situación de alto riesgo tanto para la Isla Mundial (Eurasia) como para el Satélite de la Isla Mundial (EUA). En 1930 Haushofer escribió estas proféticas palabras: "Nos enfrentamos hoy con un tipo de grandes potencias totalmente diferentes. Sólo un síntoma permanece sin alteración: la voluntad de poder y de expansión. Una estabilización de poderes en equilibrio no ofrece una solución final. Allí donde falta la voluntad de poder, el concepto de gran potencia carece de sentido, incluso cuando haya nacido en grandes espacios". Haushofer estaba convencido de que, en última instancia, los Estados Unidos retirarán de la mesa de juego su apuesta original por la dominación mundial, centrada en la lucha contra los nuevos imperios emergentes en el espacio euroasiático.

  

La estructura global y los segmentos de poder. Alemania, el Oriente Medio y el Asia Central

 

En abril-mayo de 1997 se produjo una crisis (“Caso Mikonos”) y una muy rápida solución de esa crisis entre Alemania (y, por arrastre, la UE) e Irán. Esa crisis y la forma y velocidad con que la misma se resolvió pone en evidencia los mecanismos del funcionamiento real del actual sistema internacional, en especial el relativo interés de Irán por Europa, que es simétrico respecto del interés de Europa (Alemania) por el Asia Central.

 

Esa relativa convergencia entre Irán y Europa se debe, naturalmente, al enorme peso geopolítico que adquirió el espacio persa a partir de su reinserción en el Asia Central (incluyendo a China, India y Rusia). Ello no viene sino a demostrar que un orden internacional con poder difuso ofrece a los actores no hegemónicos un grado de permisibilidad que en gran parte está delimitado por la propia capacidad del actor no polar (no polarizante) para realizar conductas independientes o autonómicas. Estas conductas autonómicas se potencian al distribuirse, por ejemplo, tecnologías militares estratégicas a partir de la desintegración de la ex URSS.

 

Estas conductas se miden tanto en términos de potencial propio, como en términos de capacidad de alianzas. Hay una relación entre el grado de permisividad que debe tolerar la "potencia hegemónica" y el grado de capacidad del actor secundario dentro de su propia “esfera de influencia”. Cuanto mayor sea la "difusión" del poder mundial, mayor será el potencial del "grado de capacidad" del actor secundario, quien  a su vez demandará sucesivas ampliaciones del grado de permisividad de la "potencia hegemónica", que para ella será directamente proporcional a la pérdida de poder propio. Asimismo, cuanto mayor sea el grado y el alcance del conflicto, menor será la capacidad de control de la "potencia hegemónica".

 

Cuando el sistema bipolar anterior había alcanzado el punto máximo de consolidación ("guerra fría"), dentro de ambos bloques el grado de permisividad y el grado de capacidad eran, prácticamente, igual a cero. En un sistema tendencialmente apolar, o de distribución difusa del poder, tiende a ocurrir lo contrario, ya que en ese tipo de sistema el "orden" se basa en un equilibrio o balance de poder con cada vez mayor número de actores con capacidad equivalente de poder. Las alianzas centro-periferia son temporarias y se formalizan permanentemente nuevas alianzas periferia-periferia, cuando los equilibrios anteriores se rompen. La difusión del poder anula la permanencia de las primeras.

 

Desde hace un tiempo se viene percibiendo esta situación que podríamos definir como de eliminación del principio de las alianzas permanentes entre la potencia hegemónica y su Hinterland. Ello impulsa a la individualización de los actores en todos los segmentos del sistema, aún en el estratégico/militar. Actores menores buscan alianzas ad-hoc con otros actores menores dentro de una ampliación constante de los grados de permisividad y de capacidad.

 

La apolaridad es el límite de la difusión del poder, y por su naturaleza impide o dificulta la formación de bloques de seguridad colectivos, en beneficio de un equilibrio y de un balance nunca estratificado. El "orden" que se avecina, entonces, parece ofrecer lo contrario a alianzas permanentes y seguridades colectivas.

 

Si aplicamos estos principios al ámbito del "mundo occidental" en su conjunto comprenderemos la trascendencia de los cambios y la magnitud de las modificaciones estratégicas que originará la transición. A partir de ellos ya es posible imaginar una repolarización de Europa en un escenario con conflictos militares crecientes. Sobre ese espacio comenzarían a actuar actores y factores completamente distintos a los existentes durante la etapa bipolar. Fue precisamente la bipolaridad lo que desvió provisoriamente el curso de la historia en el mundo colonial, transformando las revoluciones raciales emergentes en meras “revoluciones nacionales” de “liberación”.

 

Es altamente probable la emergencia de una crisis en el diseño de la Europa de posguerra, que finaliza en Maastricht, y no en la Europa de las Naciones. Tal fractura podría producirse a lo largo de la frontera que divide la Europa continental de la Europa marítima. Dentro de la Europa continental existen innumerables fracturas menores que perdurarán hasta que surja un nacionalismo hegemónico. La larga cadena de sucesos que vienen atenazando a la política interior y exterior francesa tienen su origen en su progresiva asfixia geopolítica. Desde hace muchos años, y a diferencia de lo que sucede con Alemania, Francia no encuentra la posición adecuada a su potencialidad. Excluída de África, sin posibilidades de mayores penetraciones ni en Asia ni en Iberoamérica, dentro de un diseño europeo contrario a sus tradiciones de gran potencia marítima y/o continental, según las circunstancias, está aparentemente condenada a ser un “Estado más” dentro de Maastricht. Contra esto surje la rebelión del Frente Nacional, que es lo más alejado que existe de una expresión política meramente coyuntural.

 

Francia se aleja de la nueva dinámica europea que se produce, dentro del siguiente concepto estratégico enunciado por Colin Gray, en base a los presupuestos de la geopolítica clásica: "El mundo, reducido a sus elementos esenciales relativos al poder, está formado por una superpotencia de la región central que está en una lucha continua y permanente con la superpotencia marítima e insular, en relación al control efectivo de las regiones periféricas y de los mares marginales de la  'isla mundial'" (La geopolítica en la era nuclear).

 

Lo novedoso de estos tiempos es que el polo euroatlántico no necesariamente será la  prolongación de los Estados Unidos en Europa, como lo es hoy la Europa de Maastricht ("El pilar europeo de la OTAN"). La clave de este problema está localizada en la relaciones futuras que se establezcan entre Francia y Alemania. Una Francia re-nacionalizada (victoria electoral del Frente Nacional) puede o no coincidir con una renacionalización de Alemania. Si Alemania continúa siendo el principal aliado europeo de los Estados Unidos, la línea de conflicto será "la frontera del Rihn". Si Alemania también se re-nacionaliza, no habría, en ese caso, un polo euroatlántico en contraposición a un polo euroasiático. En ese caso habría un "nacionalismo" hegemónico "bipolar", con capacidad de acción hacia el Atlántico y hacia el Pacífico (Mediterráneo e Índico). Tal sería el resultado probable de una nueva alianza franco-alemana, con ambos Estados re-nacionalizados, es decir, fuera de los proyectos OTAN/Maastricht.

 

La re-nacionalización de Alemania pasará inexorablemente por la recuperación de su identidad. Ello exige una operación previa, que es un "ajuste de cuentas" con una falsa historia impuesta por los vencedores de la segunda guerra civil europea (II GM) en 1945. En ese sentido el trabajo sistemático de intelectuales como el alemán Ernst Nolte o los franceses Paul Rasinier y Robert Faurisson no sólo son de una extraordinaria importancia para el futuro de Alemania y de Europa: asimismo mantienen una estrecha relación con las alternativas que emergen en Oriente Medio, Asia Central, Rusia y otras zonas de crisis en esta época de tránsito hacia la apolaridad.

 

No existe hoy en el mundo ni una sóla cuestión que pueda ser analizada de forma aislada respecto del funcionamiento global de la estructura. Muy por el contrario, muchos factores de crisis, aparentemente regionales o locales, unifican y relacionan escenarios aparentemente distantes unos de otros. Es imposible aislar, en ese sentido, la evolución de las políticas interiores de Francia y de Alemania - por ejemplo - de la crisis cada vez más aguda que vive el Oriente Medio. La evolución de la "cuestión judía" a lo largo de la historia contemporánea de Alemania es algo que hoy no puede escindirse del comportamiento político del Estado de Israel, a partir de su fundación en la inmediata segunda posguerra civil europea (1948). Quiérase o no, el mundo árabe-musulmán depende en grado sumo - y viceversa - de la forma a través de la cual Alemania reasuma esa cuestión en un futuro inmediato, en su proceso de re-nacionalización en búsqueda de su verdadera identidad.

 

Esa relación es asimismo directa para el caso francés. Mucha gente hoy en día confunde la presencia de 4 millones de musulmanes en territorio francés metropolitano, con las relaciones futuras entre una Francia re-nacionalizada y el mundo árabe-musulmán. Esas relaciones que hacen a la naturaleza del mundo actual no están simplemente dadas, es necesario descubrirlas y explicarlas. Ese es el camino que conduce, precisamente, a la adquisión de un nuevo conocimiento referente a un mundo nuevo.

 

 La "ruptura del mapa"

 

Este concepto tiene una lectura estratégica y económico/institucional. Significa que sólo excepcionalmente (emergencia de una nueva alianza franco-alemana) pueden coexistir dos o más "centros de poder" dentro de un mismo espacio. Durante un cierto tiempo podrían compartir un mismo espacio económico (la antigua CEE, por ejemplo). Pero los ritmos de integración serán radicalmente distintos en el plano estratégico.

 

No es casual que Europa Occidental tenga espacio económico común al mismo tiempo que demuestra sus carencias en los planos de una política exterior y de una política de defensa común. No tiene ni tendrá política exterior común ni integración defensiva común. Y ello por una razón básica: porque Europa Occidental no conforma, en sí, una región estratégica. Fue el resultado de una construcción negociada de un mapa que reflejó una relación de fuerzas que ya no existe (la Europa de posguerra).

 

Europa resurgirá sólo cuando demuestra capacidad para neutralizar los cuatro núcleos de poder marítimos, que son: a) el Mediterráneo; b) el occidente europeo hasta el Rhin; c) el Atlántico Norte (centro de gravedad del sistema); y, d) el archipiélago japonés.

 

Para ello debe conectar los cuatro núcleos de poder continentales, que son: a) El espacio del Eufrates, desde el Turkestán a Paquistán. Ese espacio ha sido el escenario sucesivo del Imperio Persa, del Imperio Sasánida, del Califato de Bagdag y del Imperio Otomano; b) Mongolia y Norte de China, donde se ha desarrollado el imperio Han, el imperio de Genghis-Jémidas y el imperio de los To-Tsing; c) la región central rusa (imperio de los zares); y, d) la Europa Central (Mitteleuropa), con base en la potencialidad germánica. El proyecto geopolítico alemán, propuesto por el general Haushofer, era un diseño geográfico destinado a conectar políticamente esos cuatro grandes polos de poder continental. Esa área de poder era ampliable al archipiélago japonés, transgresor por excelencia, a través de China.

 

Estamos presenciando una nueva etapa de la política mundial, en la cual los dos componentes básicos del poder global (Mundo Marítimo/Mundo Continental) iniciarán una competencia planetaria totalmente desprovista de ropajes ideológicos. Por lo demás el Mundo Marítimo podría quedarse sin su componente europeo, en caso de producirse una convergencia de nuevo tipo entre Berlín y París.

 

En caso de que se reproduzca un conflicto franco-alemán, el polo continental  y el polo marítimo volverían a actuar a la tracción sobre Europa Occidental, generando dos tipos de movimientos geopolíticos completamente distintos, ambos con sus respectivas proyecciones económicas y culturales. La prevista ampliación de la OTAN hacia el este, destinada a proteger los negocios de una Alemania "atlantizada", es un movimiento que conducirá inexorablemente a producir una línea de fractura en la "frontera del Rhin".

 

La "crisis del Golfo" de los años 90/91 pertenece a un escenario estratégico que ya no existe. Puede ser vista como una acción militar anglonorteamericana para evitar el intento de Bagdag de darle al espacio del Éufrates el valor de un polo continental, con un fuerte contenido militar. Los polos marítimos, excepto el del archipiélago de Japón, reaccionaron contra ese intento, mientras los polos continentales se abstuvieron.

 

El PEAS (Polo Euroasiático) está en condiciones potenciales de movilizarse hacia el Éufrates, que hoy está geopolíticamente vacío pero donde siempre hubo un poder terrestre muy significativo. El derrumbe del sistema soviético y la aún no articulada Mitteleuropa, hizo que el intento de Irak por llenar militarmente ese polo continental fuese tratado por el Mundo Marítimo como un acto de perturbación. Bagdag o bien se había atrasado, o bien se había adelantado a su época.

 

Es curioso que algunos apologistas del Apocalipsis de San Juan visionen la caída de la Europa moderna y liberal cuando se seque el Éufrates: "Europa apóstata amenazada por una barbarie no peor que ella misma". El Espacio del Éufrates es una región políticamente fragmentada desde la descomposición del Imperio Otomano en 1918. Fue otra de las obras maestras de la Inteligencia del poder naval británico, lograr la continuidad de esa fragmentación creando Estados artificiales e ilegítimos.

 

Dos sistemas de intereses antagónicos se abren ante el mapa de Europa diseñado a fines de la II GM y culminado en el Tratado de Maastricht. Por un lado, la recreación de los dos polos que tradicionalmente traccionaron y dividieron la geografía europea. Por otro, un nuevo acuerdo franco-alemán.  La línea divisoria entre ambos está en la evolución de las respectivas políticas interiores de ambos Estados.

 

En el PEAT (Polo Euroatlántico) predominará la defensa del norte contra el sur. Ello es ya perfectamente visible en la actual estrategia de la OTAN. La desaparición del enemigo principal (Este, mundo eslavo, orden comunista) conducirá necesariamente a la fragmentación de esa alianza militar, de mediar un cambio en la política interior alemana, en concordancia con la francesa. En caso contrario, la OTAN actuará no ya contra el orden comunista, sino contra el desorden poscomunista, percibido por la actual dirigencia de Bonn como inviabilizador de la expansión hacia el Este.

 

Casi nada, en casi ningún lado, parece estar bajo control. Para no reiterar la cadena de sucesos dramáticos que sacuden a África, señalemos que ni Europa Occidental ni los Estados Unidos (de hecho, la evolución económica norteamericana está cada vez más tensionada por la bifurcación entre su economía real y su economía formal) escapan a este proceso de descontrol global, que es de naturaleza estratégica.

 

El creciente proteccionismo, la formación de bloques y el impulso de conflictos económicos dentro del mundo de los llamados Estados poshistóricos, representó un macroproceso que se fue enlazando progresivamente con el creciente deterioro económico y social del espacio poscomunista y, sobre todo, con la situación en Oriente Medio.

 

Una Rusia crecientemente humillada finalmente no buscó un nuevo diálogo  (un "retorno a Rapallo") con una Alemania geopolíticamente satisfecha luego de haber extendido su protectorado sobre Eslovenia, Croacia e importantes zonas de Bosnia (pero sobre todo satisfecha por haber logrado la expansión de la OTAN hacia su zona de influencia "natural": el mundo eslavo). Por primera vez en la historia, teóricamente, la flota alemana podría tener acceso al Mediterráneo a través de la costa Dálmata. Este fue uno de los grandes sueños del almirante Von Tirpitz. Y no representa precisamente el colmo de la felicidad ni para Londres ni para París. Este es el origen de la actual crisis balcánica.

 

Una forma de generación de poder: la producción de Inteligencia

 

LA INTELIGENCIA COMO NUEVA FORMA DE CONOCIMIENTO Y CONDICIÓN DE SUPERVIVENCIA

 

Para intentar salir de esta situación Venezuela debe comenzar por elaborar un nuevo pensamiento, una nueva visión sobre ella misma y una nueva concepción sobre el mundo que la rodea. Esto significa que no podemos señalar una salida sin antes definir un nuevo sistema de ideas que se origine en una recuperación de la identidad. Una redefinición de lo que somos y de lo que nos rodea, realizada en función de lo que podemos ser a partir de la permanente transformación de lo que nos rodea.

 

La dependencia y subsidiaridad de un país pueden ser medidos por su incapacidad de producir Inteligencia, en especial, Inteligencia Estratégica. Los enredos a que es sometido un Estado periférico se originan en que, en una coyuntura específica, alguien (agente externo) seleccionó para ese Estado un tipo específico de información. Esa información así seleccionada - para un Estado subalterno - no sólo no refleja la verdad de los sucesos (en su dimensión “objetiva”) sino que además perjudica sustancialmente (aún más) la posición en el mundo de ese Estado subalterno. Es así como la subsidiariedad de un Estado (su dependencia respecto de otros) puede definirse a partir de la incapacidad de ese Estado para producir su propia Inteligencia Estratégica.

 

Cada país hace Inteligencia según como se percibe a sí mismo en relación con los demás. La actividad de Inteligencia es un instrumento preciso y complejo que mide el concepto que cada país tiene de sí mismo. Es su miseria o es su grandeza.

 

La Inteligencia es el reflejo de la capacidad cultural que dispone una comunidad. Es, o debería ser, la expresión más refinada de su "filosofía nacional". Naturalmente la inteligencia debería ser una actividad reservada a sujetos inteligentes. Debería ser el producto de los mejores cerebros del país en áreas relevantes, tanto dentro como fuera del gobierno. Ello suele ser así en los países con vocación hegemónica, o en aquellos que se encuentran en un ciclo de esplendor histórico. Suele suceder lo contrario con los países con vocación de pequeñez y de servilismo.

 

La Inteligencia es causa y efecto de un pensamiento nacional. La Inteligencia es el prólogo del conocimiento, y la calidad de ambos definirá con toda precisión qué es cada país y quién es quién dentro de cada país. La Inteligencia tiene por función máxima generar poder a través de la preparación adecuada del conocimiento exacto que se necesita en el aquí y ahora nacional e internacional.

 

La Inteligencia sólo puede ser concebida como un todo orgánico: no puede haber compartimientos estancos (sólo diferenciaciones funcionales) entre inteligencia interior e inteligencia exterior, ni entre inteligencia táctica e inteligencia estratégica, ni entre inteligencia civil o inteligencia militar.

 

La Inteligencia debe ser el sistema superior de conocimiento que se estructure a nivel de Estado. La Inteligencia es el máximo grado de complejidad que puede alcanzar la institucionalización de un pensamiento científico interdisciplinario con vocación nacional, es decir, orientado a diferenciarnos, a fundamentar nuestra identidad. Debe ser un pensamiento complejo no sólo para entender a un mundo complejo. Debe ser un pensamiento concebido para diferenciar y complejizar (toda diferenciación es una complejización) al espacio nacional.

 

El Estado/nación (o la tribu, o el imperio o el área cultural diferenciada, o cualquiera sea el parámetro que nos defina e identifique) es un "sistema" cuya supervivencia depende de las evoluciones de un "entorno" (resto del mundo). Las constantes modificaciones que sufre el "entorno" exigen diferentes respuestas por parte del "sistema". Cuando el "sistema" no está en condiciones de responder a los cambios que se operan en su entorno, en ese momento el sistema (la comunidad nacional o el Estado/nación, o la tribu) desaparece, se "gasifica”, se licúa en el entorno. Eso ocurre inexorablemente cuando alguien del “entorno” le selecciona la información al “sistema”. En este caso, el “sistema” carece de energía para elaborar su propia información, es decir, el conocimiento necesario para permanecer en el mundo en condiciones de diferenciación y de identificación.

 

 

La Inteligencia entendida como "capacidad de anticipación"

 

Los físicos ubican a la Termodinámica como modelo de "proceso irreversible". Casi ninguna ciencia social ha adoptado ese modelo, lo que resulta incomprensible, ya que las ciencias sociales trabajan con objetos que por definición son "procesos irreversibles". La naturaleza de los procesos sociales es su irreversibilidad. Absolutamente todo proceso social es irreversible.

 

Al igual que en termodinámica, el tiempo es la variable capital. Así, la segunda ley de la termodinámica - entropía - es absolutamente aplicable a cualquier sistema social. Todo sistema social pierde energía con el tiempo. Todo sistema social o termodinámico tiene pérdida de energía: es entrópico por naturaleza. El mantenimiento de las constantes vitales del sistema, en esas condiciones, exige una constante alimentación, que en nuestro modelo será dada a través de la Anticipación o Inteligencia.

 

La Anticipación es una de las características principales que utiliza el "sistema" para diferenciarse del entorno. El objeto de la Anticipación es alimentar a la Diferenciación como única alternativa de supervivencia. En el límite de la no/diferenciación está la muerte. Un organismo o un sistema existe sólo si se diferencia.

 

Definiremos como "sistema social" a la organización específica que adopta un grupo de hombres que intercambia masa, energía e información con el resto del mundo. Fuera de las ciencias físicas, la masa es la capacidad global para producir poder, la energía es la forma en cómo ese poder se re/produce (fuentes de generación de ese poder), y la información es el modo en que el sistema conoce al entorno (conociéndose a sí mismo y des/informando al entorno)

 

La alimentación del sistema, su defensa permanente contra el frío (decadencia) entrópico, tiene por objeto primordial mantener y/o incrementar el grado de diferenciación del sistema (Estado o tribu), respecto del entorno (resto del mundo). Sin esa diferenciación, sistema y entorno sería un todo continuo. No existiríamos como Estado /nación, ni siquiera bajo la forma genérica de "pueblo" o "cultura". Sencillamente no existiríamos. Cuanto mayor sea la diferenciación, mayor será la capacidad del sistema para extraer poder del entorno.

 

Toda diferenciación implica un conflicto. La existencia de conflicto entre sistema y entorno nos habla de la vitalidad del sistema. El sistema, para sobrevivir, debe determinar la naturaleza del conflicto con su entorno, debe decidir sobre el tipo de conflicto que desea mantener con el entorno. Si desaparece el conflicto, desaparece la vida. El entorno percibe al sistema sólo si éste logra diferenciarse. El entorno tenderá a reprimir la diferenciación del sistema.

 

Pero sucede que en el entorno está instalada la incertidumbre (la apolaridad). Esto quiere decir que gran parte de su capacidad de reprimir está anulada. La impotencia del entorno respecto de la capacidad de diferenciación del sistema le hace posible al sistema retroalimentarse a través de la Anticipación, esto es, de la Inteligencia. La Inteligencia se convierte así en el principal alimentador de un sistema por naturaleza entrópico. Cuanto más incierto es un entorno, más complejo debe ser un sistema, la complejidad es la defensa del sistema ante un entorno incierto pero también agresivo. La incertidumbre (agresión) debe conducir al incremento de su capacidad de anticipación. La capacidad de anticipación es directamente proporcional a la producción de poder.

 

La incertidumbre instalada en el interior del entorno significa que los parámetros de adaptación del sistema al entorno cambian constantemente. Para adaptarse a esos cambios, es decir para sobrevivir, el sistema debe autoreorganizarse en forma permanente. La mayoría de las veces, la supervivencia sólo se alcanza al lograr una rebelión contra el entorno.

 

Toda rebelión del sistema contra un entorno incierto permite la supervivencia del sistema. Toda rebelión es una "catástrofe", esto es, una bifurcación. Es la ruptura de la linealidad, es el imperio de lo no lineal. Se deben producir tantas catástrofes (bifurcaciones) cuantas necesidades de adaptación surjan para asegurar la permanencia del sistema.

 

Las catástrofes permiten que el intercambio de masa, energía e información entre el sistema y su entorno se realice en beneficio de la diferenciación del sistema. Para ello debe existir una específica capacidad de anticipación que actúe como alimentación para estar en capacidad de oponernos a una entropía sistémica.

  

"Entorno" y "sistema" entendido como sistema comunicacional.

 

Elegir pertenecer a un sistema significa definir la "frontera" que nos separa de su entorno. Se trata de una superficie permeable al paso de informaciones en las dos direcciones: del sistema al entorno y del entorno al sistema.

 

La información que va del sistema al entorno es uno de los canales centrales de la "pérdida de energía del sistema". Se trata de un canal con muchas bandas: la información sale del sistema a través de la política exterior, la inteligencia, la contrainteligencia, a través de empresas y servicios de inteligencia de otros países, etc. La salida de información, así verificada, desenergiza al sistema, le quita poder.

 

La información que va del entorno al sistema también es de naturaleza múltiple. Se origina en distintos otros "sistemas" (Estados), organizaciones económicas internacionales, empresas multinacionales, distintos grupos de presión, etc. El tipo de información que entra al sistema desde el entorno tiene por objeto desdibujar las fronteras sistema/entorno y limitar al máximo las posibilidades del sistema para desarrollar su complejidad, es decir, su diferenciación.

 

El intercambio comunicacional entre la parte y el todo, entre el Estado/tribu/nación y el Resto del Mundo, es doblemente entrópico. El sistema pierde energía cuando envía sus mensajes y cuando recibe los mensajes .

 

Ello es así porque el sistema es un "sistema dependiente". Lo que significa que no ha logrado la suficiente diversidad de comportamiento respecto del entorno. Los mensajes que envía al entorno no logran penetrar la presión del "ruido" que produce el entorno. Su energía decreciente no logra producir mensajes con la suficiente redundancia. De tal manera, los sensores del entorno no son capaces de registrar los mensajes del sistema. Así, para el entorno, ese sistema no existe. No existe porque no es sensorializado, y no es sensorializado porque el mensaje emitido es débil.

 

La no sensorialización del sistema por parte del entorno significa con absoluta claridad que el sistema se debe reorganizar a sí mismo con el objeto de producir mensajes (información) lo suficientemente nítidas como para atravesar el ruido de un entorno sumido en la incertidumbre. La otra opción, inexorable, es la extinción del sistema, su absorción por el ruido y otras incertidumbres del entorno.

 

El tipo y la forma de Inteligencia -y de su contrapartida, la Contrainteligencia- que estamos tratando de definir tiene por función: a) unificar el mensaje del sistema y darle la redundancia (volumen) suficiente para atravesar el ruido que produce la incertidumbre del entorno y, b) producir una distorsión en los mensajes emitidos por el entorno (Contrainteligencia) de manera de protejer el proceso de diferenciación interior, que es el único escudo existente contra el incremento de la entropía del sistema que provoca su situación dependiente.

 

Uno de los mecanismos contemporáneos que más influyen en la desenergización de los sistemas (dependientes) está constituído por las acciones de los grandes centros educativos, como el Massachusetts Institute of Tecnology y la Harvard University. En esas instituciones, y en otras similares, los alumnos provenientes de universidades ubicadas en países periféricos son sometidos a procesos neoconductistas basados en investigaciones sobre procesos cerebrales que finalmente conducen a dotar de capacidad de gerenciamiento sobre procesos sociales llamados de "reingeniería". La reingeniería busca nuevos modelos de organización social, dando por supuesto de que en los individuos se ha producido una ruptura con las "tradiciones". Los individuos están desarraigados y por lo tanto ya no piensan; pueden ser conducidos.

 

La forma de producir inteligencia es, o debe ser, distinta y hasta contradictoria respecto de países que ocupan diferentes posiciones jerárquicas en el "(des)orden" internacional.

 

La forma de producir Inteligencia debe reflejar con extrema exactitud la naturaleza de la Idea que anima a un país. Esta puede estar estructurada en función de aceptar una posición subalterna y miserable en el mundo. O bien puede expresar una voluntad nacional con un contenido muy diferente. En ese caso la Inteligencia debe estar orientada a producir conocimiento destinado a modificar esa actual posición subalterna.

 

RESUMEN Y CONCLUSIONES

VENEZUELA: CAMBIOS Y CONFLICTOS

 

La complejidad, intensidad y amplitud de los problemas que afectan a Venezuela, en la actualidad, es enorme. Esa complejidad, intensidad y amplitud es el producto de que sobre este país, sometido a un fuerte proceso de cambio, inciden simultáneamente dos sistemas de factores a los que normalmente se los suele analizar y procesar en forma separada: los internos y los externos.

 

Venezuela está viviendo una situación revolucionaria, es decir un intenso período de cambios internos. Inexorablemente esos cambios internos provocarán conflictos externos. Esos conflictos externos serán, en parte, proyecciones exteriores de una resistencia interior - visceralmente opuesta al gobierno popular-militar - que es impotente para enfrentar los cambios desde adentro. Cambio interior y conflicto exterior son, entonces, los dos polos inexorables de una misma ecuación estratégica.

 

Las presiones internas y las campañas externas en contra del presidente Chávez irán en continuo aumento. Sin embargo, las acciones en contra del presidente Chávez que no se puedan realizar desde el interior de Venezuela, que serán la mayoría de ellas, se intentarán desde el exterior del país, por el mismo sistema de complicidades por todos conocidos. La capacidad del presidente Chávez para enfrentar internamente una oposición cada vez más ilegítima son muy grandes, casi totales. Pero sucede lo inverso en el plano internacional. Su capacidad para enfrentar conspiraciones que adoptarán el camino exterior (bajo la forma de “estrategia de aproximación indirecta”) es, en cambio, casi nula. Por lo tanto ese será, sin duda, el camino de la conspiración contra la transformación de Venezuela y contra las proyecciones estratégicas que el modelo venezolano producirá sin duda en todo el mundo Hispanoamericano.

 

En este momento no existen en Venezuela ni las ideas ni las instituciones con capacidad para medir los impactos estratégicos que producirá el proceso venezolano en el mundo. No existe la capacidad para relacionar los cambios internos con los conflictos externos. Ello podría limitar la calidad y la intensidad de los cambios internos, aduciendo o temiendo falsos conflictos externos. O podría precipitar el desarrollo de cambios internos innecesarios o secundarios, pretextando que ellos producirían conflictos externos, que en la práctica son poco probables. En verdad, existe una amplia gama de cambios internos de alta significación histórica que se pueden realizar con un mínimo de conflictos externos. Por el contrario, cambios internos de poca significación podrían producir impactos exteriores altamente negativos. Debe ser analizada, sobre todo, la siguiente opción: la necesidad de amortiguar conflictos externos producidos a partir de la implementación de cambios internos impostergables pero altamente impactantes en el exterior.

 

Personalmente estoy convencido de que el presidente Chávez deberá terminar de pulverizar, en un plazo de tiempo relativamente corto, al viejo y corrupto sistema político venezolano y a prácticamente todas las instituciones que lo articularon en el tiempo “democrático” del Pacto de Punto Fijo. Ello significa que las circunstancias que se avecinan lo obligarán a asumir - de una manera cada vez más explícita - un liderazgo personal sobre la totalidad del proceso venezolano. Los acontecimientos internos lo obligarán (y no sólo simbólicamente) a llevar el uniforme militar con cada vez mayor frecuencia, porque sólo un “partido” cívico-militar podrá actuar con eficacia - ya está actuando como situación de facto - entre el líder y la masa.

 

El impacto de esta situación será enorme dentro del actual sistema internacional. Particularmente en la Europa socialdemócrata, en los EUA y en resto de Hispanoamérica. Se deberán adoptar, en consecuencia, medidas muy rápidas tendentes a amortiguar ese conflicto; a hacer que él no perjudique - más de lo necesario -  la evolución económica posterior de Venezuela (en especial las inversiones externas). Para lo cual será necesario crear una red de solidaridad con el proceso venezolano a partir de personalidades, partidos políticos, empresas, organizaciones culturales y empresariales, etc., - en todo el mundo - destinada a legitimar esa transformación esencial - sine qua non -  de la política interior venezolana.

 

Además está la cuestión de la proyección internacional de Hugo Chávez. En mi opinión existen hoy todos los elementos que permiten hacer de Hugo Chávez un líder de toda la América hispano-criolla. Pero eso no quiere decir que ese proceso de “internacionalización” del “modelo venezolano” se producirá automáticamente. Que caerá del árbol, simplemente, como una fruta madura. Esa proyección sólo podrá ser el resultado de un laborioso trabajo de edificación político-estratégico dentro de un entorno altamente favorable en casi todos los movimientos populares de la región. En términos de poder, la proyección regional-internacional del liderazgo de Hugo Chávez le dará al proceso venezolano interior un grado de protección (contra conspiraciones interiores-exteriores) del que hoy carece.

 

De lo que se trata, en definitiva, es de elaborar una Inteligencia Estratégica que pueda ser utilizada por el Presidente de la República para el tratamiento de los problemas internos de Venezuela y, simultáneamente, en la valoración de los impactos externos que originará una determinada resolución de esos problemas internos. Contra lo que muchos analistas académicos sostienen, la naturaleza actual del sistema internacional posibilita maniobras y contramaniobras, alianzas y contra-alianzas mucho más intensas y profundas que las que se podían hacer en otras épocas. Pero será necesario encontrar los puntos de fractura para incidir sobre ellos y así lograr que esta Venezuela en proceso revolucionario se “filtre” por las grietas del sistema internacional y logre adecuados niveles de seguridad o de supervivencia.

 

En la base del proceso orientado a lograr un alto grado de protección para los cambios que se realizarán en Venezuela está el trabajo para “internacionalizar” - en todo el espacio hispanoamericano - la figura carismática de Hugo Chávez. Ello obedece a un principio esencial de la Estrategia: la respuesta más eficaz a las agresiones externas será el incremento del propio poder. A partir de la sucesiva ampliación de ese liderazgo originalmente venezolano, las agresiones provenientes de otras áreas del mundo podrán ser amortiguadas con mayor eficacia y, paralelamente, las necesidades de Venezuela - en Europa y los EUA, sobre todo - podrán ser resueltas con mucha mayor “liquidez”. Se trata, en definitiva, de incrementar el poder de Venezuela en el mundo, que hoy es, en un sentido estricto, no-significante.

 

La campaña nacional e internacional contra la revolución venezolana ya se ha desatado. Y por el momento marcha victoriosa: el chavismo no dispone de una estrategia definida y, por ello, no dispone de los elementos ni de la percepción adecuada para neutralizarla. Su grandeza original será su principal debilidad futura: no existe una estructura organizativa - a excepción unas fuerzas armadas sólo provisoriamente motivadas - con la capacidad para enfrentar y administrar los conflictos que ese proceso generará.

 

La inexistencia de esa estructura política es la causa principal de que el nuevo aparato del Estado se encuentre fracturado a partir de la creciente consolidación de grupos de intereses, la mayoría de las veces furiosamente contrapuestos entre sí. La mayor parte de esos grupos de intereses o lobbies que se han repartido el nuevo aparato gubernamental - cuya principal motivación parece ser el beneficio económico individual de cada uno de sus miembros - responden asimismo a intereses externos. De tal manera en la actualidad la mayoría de los servicios de inteligencia occidentales dispone de una exacta radiografía de lo que pasa en Venezuela, de una radiografía perpetuamente actualizada, día a día y hasta hora a hora. En estas condiciones se hace necesaria una vigorosa reacción por parte del presidente. Ella debería canalizarse:

 

   *Hacia la utilización del sistema nacional de inteligencia en tareas activas de “amortiguación de conflictos”.

 

   *Hacia la pulverización definitiva del viejo sistema político “democrático” y hacia el desmantelamiento de la capacidad económica de esos grupos.

 

   *Hacia el desarrollo de una campaña internacional de afirmación de los valores positivos de la revolución venezolana, de aquellos que diferencias este modelo de otras experiencias internacionales anteriores.

 

Venezuela se ha convertido, tal vez por primera vez en su historia independiente, en un centro de interés estratégico dentro de la política mundial. Esa realidad geopolítica - en tanto proyecto aún a construir - es el producto, en lo fundamental, de la emergencia de un liderazgo absolutamente genuino y original. Hugo Chávez no sólo está en capacidad de conducir a Venezuela: podría ser, también, el referente obligado de las grandes masas desheredadas y de las Fuerzas Armadas humilladas de toda nuestra América hispano-criolla.

 

Venezuela es el país de Hispanoamérica donde con más fuerza se ha implantado la cultura de la Modernidad (revoluciones inglesa y francesa). Muchas veces el observador cree estar presenciando un culto pagano, que se desarrolla en torno a los héroes nacionales oficiales, muy al estilo de la cultura original de la revolución francesa. La idolatría (en un sentido estricto), y no tanto la historiografía, impregna la cultura de este país. En un sentido histórico profundo, la revolución venezolana es la prolongación de un mito histórico que nace en la sorprendente idea de que la “independencia” nacional fue, en las viejas provincias hispanas de América, una acción eminentemente “progresista”. Se persiste en ver las guerras civiles que se inician en los comienzos del siglo XIX como el origen de una “guerra internacional contra una potencia ocupante” (una guerra de “Liberación”, como luego se las llamó - ya en el siglo XX - y hacia finales de la Segunda Guerra Mundial); como si la Idea de Venezuela, con su mapa actual ([9]), hubiese estado ya explicitada en 1810 ([10]), en vez de haber sido - como en verdad lo fue - el resultado de acontecimientos no previstos y ciertamente manipulados por agentes históricos concretos. Venezuela, al igual que otras tantas “naciones” americanas de origen español, fue el resultado de la miseria de sus oligarquías dominantes, y no el efecto de la “grandeza de los pueblos que luchaban por su libertad”. Los Mariscales de Bolívar fueron el calco sudamericano de los Mariscales de Napoleón. Ni los unos ni los otros pensaron en “liberar”, sino en dominar. Pero a diferencia de los franceses, los Mariscales de Bolívar tuvieron como antecedente lejano a un Miranda que planificó en Londres, junto con Pitt, y en nombre del “progreso”, la invasión británica a las provincias españolas americanas. “Provincias”, porque el posterior calificativo de “Colonias” sólo sirvió para justificar hechos consumados, y convertir una guerra civil secesionista en una guerra “internacional de liberación”.

 

En rigor de verdad, las guerras civiles en todo el espacio grancolombiano - y, luego bolivariano - representaron una doble secesión pero muy poco de “independencia”. La primera secesión, respecto de España, provocó la ruptura de todos los tejidos sociales pre-venezolanos y el nacimiento de un siglo - el XIX venezolano - realmente catastrófico ([11]). La segunda secesión, respecto de la gran Colombia - el espacio bolivariano en sentido estricto - , fue un achicamiento histórico que sólo el petróleo, es decir, la pertenencia dependiente de Venezuela al mercado mundial capitalista (ya entrado el siglo XX), pudo atenuar y hasta ocultar. Ambas secesiones - es decir, la aparición de un mapa final que señala la existencia de una nación extremadamente joven - fueron el resultado de las manipulaciones, primero, de un pequeño grupo de “iluminados” pro-británicos y, luego, de una oligarquía caraqueña con visión no nacional, sino municipal. Esto es lo que se insiste en ocultar. ¿Cuál será entonces el futuro de una revolución montada sobre una sucesión de mitos históricos creados por un grupo social esencialmente conservador y secesionista? Con una “independencia” ficticia y con un precio a la baja del crudo, la revolución venezolana necesita urgentemente de una nueva fundamentación histórica. Esto es, de un soporte historiográfico que le otorgue viabilidad en un mundo que se fragmenta - una vez más - bajo la apariencia de la uniformidad.

 

Venezuela, más que ningún otro país “latinoamericano”, necesita liberarse del manto de plomo que representó haber asumido la doble herencia de la revolución inglesa (pertenencia subordinada al mercado mundial capitalista) y de la revolución francesa (cultura política “ciudadana”). Ello significa admitir, en primer lugar, que la Modernidad inducida desde el Centro (Londres y París) no fue ningún “progreso”, sino más bien todo lo contrario. Significa admitir que las guerras llamadas de “la independencia” no fueron sino simples guerras civiles-sociales devastadoras que le dieron el triunfo a una oligarquía siniestra, que se apresuró a generar una ideología histórica deforme con el único objeto de autolegitimar su poder, puramente militar, primero, y “democrático”, después. Significa admitir que todas las ideologías alternativas que actualmente aporta la pos-modernidad - como por ejemplo el indigenismo - no son sino prolongaciones de la Modernidad original; es decir visiones en las cuales la España Negra - la gran creación mítico-propagandística de la confluencia anglo-judía que comenzó a elaborarse desde la Expulsión de 1492 - era el gran enemigo a combatir. La España Negra fue la contraparte de un Capitalismo Luminoso (británico), pero sobre todo “progresista”; y de una “fraternidad universal eterna” (Revolución Francesa), dos devastaciones globales que hoy pretenden prolongarse a partir del concepto de Nuevo Orden Mundial.

 

No asumir hoy estos significados representa permanecer en el mundo de la falsa identidad. Y ello es particularmente grave en un “tempo” en el cual el motor de los nuevos procesos históricos es, precisamente, la búsqueda de nuevas (viejas) identidades.

 

[1] Intelectual argentino. Fue detenido por la DISIP (Dirección General Sectorial de los Servicios de Inteligencia y Prevención), en aquellos momentos bajo fuerte influencia del Mossad israelí, y expulsado de Venezuela el 15 de junio de 1995, luego de una intensa campaña de prensa en su contra, en la que se lo acusó de: Montonero, Carapintada, traficante de armas y “capo” terrorista internacional. Norberto Rafael Ceresole nació en Buenos Aires en agosto de 1943. Estudió en Alemania, Francia e Italia. Es sociólogo, politólogo y autor de 30 libros en temas de su especialidad: estrategia, geopolítica y sociología militar. Fue un destacado dirigente de la guerrilla argentina en los años 70. Es hoy el más importante referente intelectual del peronismo argentino resistente. Ejerce una significativa influencia sobre numerosos oficiales de las fuerzas armadas en la Argentina y otros países de la América del Sur. Entre 1969 y 1971 fue asesor del general Juan Velazco Alvarado, en el Perú. En años sucesivos fue interlocutor de Juan Domingo Perón, de Salvador Allende, y del ex jefe de la Inteligencia cubana comandante Piñeiro, entre otros. Fue miembro de la Academia de Ciencias (Instituto de América Latina) de la ex-URSS. Muchos de sus libros anteriores, como Ejército y política nacionalista (1968), Crisis militar argentina (1986) y Tecnología militar y estrategia nacional (1991), fueron traducidos al idioma ruso. La Universidad de Colorado (EUA) tradujo al inglés su trabajo The South Atlantic: War Hypothesis, en Geopolitcs of de southern cone and antarctica (1988). Mantiene actualmente estrechas relaciones con gobiernos y movimientos árabes y musulmanes. Sus más recientes obras editadas en España, donde reside actualmente, son: Terrorismo fundamentalista judío, nuevos escenarios de conflictos (Libertarias, Madrid, 1996); El Nacional-judaísmo: un mesianismo pos-sionista, con prólogo de Roger Garaudy (Libertarias, Madrid, 1997); España y los judíos, Expulsión, Inquisición, Holocausto, 1492-1997 (Amanecer, Madrid, 1997). Sus dos últimos libros: La Falsificación de la Realidad (Libertarias, Madrid-Buenos Aires, 1998) y La Conquista del Imperio Americano (Al-Andalus, Madrid-Buenos Aires, 1998) fueron asimismo editados en lengua árabe, para todo el mundo árabe, en Beirut, Líbano; y en lengua farsí (persa), en Teherán, Irán, para el Asia Central, nuevo pivote geopolítico del mundo. Norberto Ceresole se encuentra nuevamente en Caracas desde el 1 de enero de 1999.

[2] Este trabajo fue editado inicialmente bajo la forma de folleto y discutido en Caracas con numerosos grupos de militares y civiles venezolanos del entorno del Presidente, a partir de esa fecha. Existe asimismo un vídeo y un audio donde se desarrollan las tesis contenidas en el ensayo. En el Capítulo 2 reproducimos el contenido de esos reportajes.

[3] Esta posición fue la misma que finalmente adoptó el presidente Chávez, quien la incorporó como segunda pregunta dentro del artículo 3ro. del Decreto de Referendum dictado el martes 2 de febrero de 1999. La ya célebre “segunda pregunta” dice textualmente: “¿Autoriza usted al Presidente de la República para que mediante un acto de gobierno fije… las bases de un proceso comicial en el cual se elegirán los integrantes de la Asamblea Constituyente?”. [Nota agregada el 7 de febrero de 1999 al texto original - primera versión - de este trabajo (fechado el 11 de enero de 1999)].

[4] Sobre la cuestión del “capital político” o de la “legitimidad histórica acumulada” se publicó un estudio de la consultora Data & Forecast Analytica, el lunes 15 de febrero de 1999 en El Universal, de Caracas. En él se señala que esa legitimidad histórica del chavismo es más que suficiente para intentar la “apertura económica” y la “modernización” del aparato del Estado. “Es un elemento positivo que el nuevo gobierno tenga un considerable capital político para contribuir a la recuperación de la gobernabilidad y a la superación de lo que durante varios años deterioró la legitimidad del sistema político” (Nota adjunta del 15 de febrero de 1999).

 [5] De manera totalmente deliberada hemos soslayado, a lo largo de todo este ensayo, hacer referencias explícitas a la situación económica, ya que sobre la misma existen una gran cantidad de estudios altamente calificados. Sin embargo, en este punto, conviene recordar algunos índices macroeconómicos. En el tercer trimestre de 1998 el PIB descendió un 4,8%. Hacia finales de ese mismo año esa contracción pudo haber sido aún mayor. El pronóstico inflacionario para 1999 es del 30%, lo que aumenta las posibilidades de una devaluación monetaria. Las caídas del precio del crudo y los acuerdos de la OPEP para limitar las exportaciones petroleras provocaron severas pérdidas en las  reservas internacionales de divisas, que fueron de casi 4 mil millones de dólares en 1998. Naturalmente, las proyecciones sociales de esta realidad económica son realmente catastróficas.

 [6] El desarrollo militar (y político) que han alcanzado esas fuerzas es realmente impresionante. Sólo las FARC disponen actualmente de más de diez mil hombres y mujeres armados dislocados en 60 frentes y  6 columnas móviles. El ELN, por su parte, dispone de unos 3.500 combatientes efectivos armados distribuidos en cinco frentes de guerra, cinco regiones urbanas y unos 35 frentes guerrilleros. En conjunto controlan un enorme espacio de la geografía colombiana, y muchas de sus regiones fronterizas - especialmente con Venezuela - y ejes productivos.

 

[7] Un ejemplo concreto. La General Motors ha cerrado plantas de producción dentro del territorio norteamericano, al mismo tiempo en que se ha convertido en el principal generador de empleo de México. También abrió una planta de montaje en Alemania Oriental, donde una mano de obra muy calificada y disciplinada está dispuesta a trabajar más horas que sus connacionales de la parte occidental, por sólo el 40% de los salarios que aquellos exigen. Estamos en presencia de un fenómeno de dislocamiento empresarial a escala global, lo que significa un vasto traslado de empresas del centro hacia la periferia. Es por ello que la desocupación, tanto en el centro como en la periferia, es un factor directamente proporcional al crecimiento de las llamadas variables macroeconómicas. Cuanto mayor sea el "crecimiento", según los parámetros del modelo neoliberal, mayor será la desocupación.

 [8] Hasta ahora hemos hecho referencia al concepto “mundo o espacio árabe-musulmán” pretendiendo indicar no tanto una “unidad geopolítica” cuanto una zona del planeta con cierta uniformidad étnica y cultural. Usamos ese concepto intentando abarcar tanto al mundo árabe como a Irán, relativamente unificado por el Islam.

[9] “Hasta el siglo XX Venezuela no tuvo mapa”. Domingo Alberto Rangel, Venezuela en tres siglos.

[10] En la China que yo conocí, la de la “Revolución Cultural”, se explicaba a los visitantes que las primeras dinastías del Imperio eran en verdad pre-configuraciones, o meras anticipaciones, de la aparición final del Gran Mao. O sea que el “comunismo nacional” ya estaba prederminado - contenido - en los mismos orígenes de aquella cultura milenaria. Un mecanismo similar se empleó en la URSS. El pensamiento mágico del marxismo, la última fase del Iluminismo europeo.

 [11] “El Siglo XIX fue una época realmente sombría para Venezuela. Desaparecen en el curso de sus cien años industrias enteras construidas por esfuerzos tenaces, las enfermedades endémicas terminan por adueñarse de nuestros campos, una guerra crónica de merodeo siega vidas y destruye riquezas… Para 1900 Venezuela ocupaba tal vez el último lugar entre los países de la América Latina… Ningún otro país quemó más ranchos, destruyó más sementeras, vio enmontar más caminos, cerró más escuelas…” (Domingo Alberto Rangel, Venezuela en tres siglos). Ese siglo devastador fue la consecuencia necesaria de las guerras de secesión al servicio de una nueva potencia, esta vez sí, colonial.

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