Comunicado de la 31
Asamblea Extraordinaria Plenaria del Episcopado venezolano

Defender la vida, responsabilidad de todos 

 

1. Los Arzobispos y Obispos de Venezuela, escuchando el clamor de nuestro pueblo ante la gravísima situación que amenaza con destruir la paz de la nación, nos hemos reunido en Asamblea Extraordinaria, en vísperas de la Semana Santa, celebración central de nuestra fe cristiana.

 

2. El pueblo sufre el creciente deterioro en su calidad de vida. Arrastra, desde hace varias décadas, graves problemas sociales que, a pesar de algunas iniciativas actuales, están lejos de ser superados y en algunos casos, más bien, se han incrementado. Las expectativas de acabar con la corrupción y de crear una democracia de mayor contenido social y participativo, representan, en buena medida, promesas insatisfechas.

 

3. Compartimos la angustia de tantos venezolanos por las reiteradas violaciones a sus derechos fundamentales y por la disolución del Estado de Derecho. Las ofensas a la dignidad de la persona humana y el olvido del bien común “deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia, y son totalmente contrarios al honor debido al Creador” (Juan Pablo II, Evangelio de la Vida 3). Rechazamos la violencia, venga de donde venga. Denunciamos las desmesuradas represiones por parte de las fuerzas de seguridad, con el trágico saldo de muertos, privados de libertad, torturados y humillados; de persistir esta situación, al abrigo de la impunidad, los ciudadanos quedarían indefensos y a merced de abusos y arbitrariedades.

 

4. El progresivo deterioro de las instituciones, la amenaza de un colapso nacional, la tentación de recurrir a la violencia para dirimir las diferencias políticas y sociales, nos llevan a apoyar la consulta popular, con miras a una solución pacífica, democrática y electoral a la crisis del país. Descartadas otras formas posibles, la sociedad llegó al consenso de asumir el Referendo Revocatorio Presidencial como mecanismo constitucional adecuado.

 

5. Los hechos recientes hablan de la posible frustración del derecho de los ciudadanos a dicha consulta. Hemos solicitado al poder electoral, junto a otras personas e instituciones, transparencia y agilidad. Impedir o retardar, indebidamente, el ejercicio de este derecho, poniendo obstáculos y argumentando legalismos, es una grave injusticia, contradice los compromisos adquiridos entre las partes en conflicto y representa una amenaza a la paz. Es el pueblo soberano quien debe decidir el futuro del país; de esa manera se hace posible una salida pacífica. Las represalias contra los despedidos de sus trabajos, o privados de sus derechos y beneficios sociales, por haber firmado la solicitud del referendo o por disentir de políticas gubernamentales, constituyen una violación a los derechos humanos y agravan la crisis nacional.

 

6. Es urgente detener y superar la división y la violencia crecientes. El país no tolera más la polarización que nos contrapone en “buenos” y “malos”, “patriotas” y “golpistas”. Debemos mirar hacia adelante. No es aceptable “volver atrás”, según la apuesta de algunos que pretenderían recuperar sus privilegios; pero tampoco imponer un modelo político de país excluyente, autoritario y de tendencia totalizante. Juntos tenemos que construir una nueva sociedad y asumir la cuota de sacrificio que demanda la unión entre todos y el compromiso por erradicar la pobreza y superar la exclusión. Con la discordia y la violencia nadie gana; con la paz ganamos todos. Sobre esas bases hemos de construir la patria nueva. “La gloria de Dios es que el hombre viva” (S. Ireneo).

 

7. Venezuela es un país cristiano, respetuoso de la vida, solidario y alegre. Los católicos debemos ser los primeros en dar ejemplo de lo que pedimos al país, a los gobernantes y a los demás hermanos: deponer las actitudes de soberbia; perdonar y pedir perdón; promover el diálogo constructivo; reconocer el rostro de Cristo en cada persona. Estamos llamados a promover la cultura de la paz y de la reconciliación; a comprometernos con la verdad, repudiando la mentira, el engaño, las falsas promesas; a sembrar esperanza, Reiteramos nuestro compromiso de ser “casa común”, lugar de encuentro, servidores de todo diálogo auténtico entre personas, grupos e instituciones.

 

8. La Semana Santa y la Pascua de Resurrección constituyen el testimonio más elocuente de que Dios ama a los hombres y da su vida por ellos. Cristo murió para reconciliarnos con Dios y entre nosotros. La Pascua es victoria de la vida y motivo de esperanza. La celebración de estos misterios nos invita a la conversión personal y comunitaria, a la oración, al compromiso para hacer realidad en nuestra patria el anhelo de fraternidad, reconciliación y paz.

Que la Virgen María, Madre del Redentor, interceda por nosotros y nos bendiga.

 

Caracas, 1 de abril del 2004

 

        LOS ARZOBISPOS Y OBISPOS DE VENEZUELA

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