Fuerte Mara:
El general en su laberinto incendiario por  Jorge Cajías
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Al general lo sorprendió despierto el canto vigoroso de la diana del Fuerte Mara. Durante toda la noche había tratado de conciliar el sueño pero lo atormentaron una y otra vez esos pensamientos zigzagueantes de la celda de castigo donde ocho soldados estuvieron calcinándose en la hoguera encendida de unos calabozos diseñados para aplastar la voluntad humana y doblegar cualquier síntoma de rebeldía. Allí estaba el general fumándose el último cigarrillo de marca colombiana que un viejo amigo y compañero le hacía llegar en forma habitual desde la frontera. Siempre los había preferido sin filtros y fuertes. Manoseando la colilla a punto de extinguirse se decía así mismo, una y mil veces más, la increíble historia que esparció él mismo ante los medios de comunicación sobre cómo los soldados se quemaron en las celdas de castigo gracias a la acción de, justamente, una colilla de cigarro que se desvaneció en medio de la noche y fue a parar a uno de los colchones, razón de toda la tragedia.

No podía entender cómo si todos mantendrían la misma versión de los hechos, viene el bocazas de Chávez en "cadena nacional" a decir que "la oposición se quemaría en los reparos". "Algún mensaje me está mandando el CDM ese. Algo me está diciendo", se repetía así mismo el general una y otra vez, lacerándose el alma con la crueldad que le es propia de quién está acostumbrado a la tortura propia y ajena. La diana no cesaba su canto delirante y cuartelario, mientras que  el insomnio no hacía mella en quién conocía toda la verdad. El sabía que en la página Web de Luis Tascón, personalmente había introducido todos y cada uno de los números de cédula de la tropa, oficiales y el personal civil que labora en Fuerte Mara, y para su sorpresa consiguió a esos "rasos" que contrariando ordenes superiores tuvieron la osadía de ir a firmar en contra del presidente Chávez.

La calentera no se hizo esperar y montó una guardia especial que les diera la bienvenida a los firmantes cuando regresarán de permiso. Uno a uno fueron ingresando en el Fuerte Mara y él desde la ventana se frotaba las manos con rabia mientras sostenía entre sus labios un cigarro.    Acompañado minutos más tarde por el ayudante de turno y de su mayor confianza, se enfiló esa noche con toda su humanidad hacia las celdas de castigo que ya retenían a los soldados, que con caras de niños no comprendían ni avizoraban la tragedia que se le venía encima. El general pese a la taquicardia frenética que lo delataba frente a sus subalternos, resultado de la rabia casi neurótica que siempre lo ha acompañado desde que era cadete, ordenó a los guardias abrir la celda de castigo. Entonces comenzó su actuación y ritual de buen hombre, de buen padre que siempre había sido para sus soldados, que eran como sus hijos, que siempre los ayudaba, que les daba unos "cobritos" de su propio bolsillo para ayudar a los familiares de los soldaditos enfermos y otras bagatelas más que pretendían llenar de calma y sosiego a una audiencia que sabía, conociendo como conocían al general, que lo peor vendría en cualquier momento. El general prendió su enésimo cigarro colombiano, y habló de su presidente Chávez, de la Revolución Bonita, al tiempo que subiendo poco a poco el tono maldijo a la IV república, a los escuálidos vende patria, fascistas, golpistas y terroristas.  Ya la sangre toda se agolpaba como un río en la cara del general y haciendo una señal casi invisible para la mayoría de los presentes, el ayudante del general sacó un frasco que contenía un líquido que apestaba a gasolina y se lo roció, a los soldados retenidos, sobre sus caras y uniformes, mientras que el general dando un paso atrás lanzaba la colilla de cigarro sobre la húmeda y volátil integridad de los firmantes verde oliva. Una mano presta y atenta para colaborar con las torturas cerró el calabozo casi para siempre, y comenzó la danza de fuego y llamaradas que iban ahogando los gritos de dolor de seres humanos que se inmolaban ante "mi general". Desde afuera de la celda de castigo todo era risas y burlas, acompasadas con gritos de "escuálidos hijos de putas", mientras que adentro el fuego hacía su trabajo de horror y miseria, desmembrando la piel de unos imberbes soldados que hasta ese día creyeron en el "ejercito forjador de libertades".

Como pudieron apagaron las llamas y asfixiados por el humo se disputaban la única ventana de la celda, buscando una bocanada de aire que les permitiera respirar y recobrar la vida que se les iba gracias a la acción poco heroica de "mi general". Los más incinerados y calcinados quedaron tendidos en el piso miserable de la celda, disneicos y adoloridos con quemaduras de hasta tercer grado y que ocupaban más del sesenta por ciento de sus cuerpos. Ya todo estaba consumado y el general en medio de burlas, risotadas y maldiciones se retiró con los suyos, dejando atrás el remedo tropical de los hornos de Adolfo Hitler. "¿Qué habrá querido decir Hugo con lo de los quemados en lo reparos?", se preguntaba obsesivamente el general una vez más, cuando ya el sol levantaba y la corneta daba sus últimos toques. Apagó contra la pared de su oficina en el Fuerte Mara su última colilla de cigarro, se aplastó sobre su silla, inició el rito consabido de acariciar sus insignias y condecoraciones, y con los párpados a media luz comenzó a cabecear como señal inequívoca de la presencia del sueño perdido y listo a ser recuperado.

Confiando en Chávez y en el proceso, se relajaron todos sus músculos y un pensamiento final le incomodó: "¿los delitos cometidos con colillas de cigarros y que provocan incendios prescriben?". "Bueno, se dijo así mismo, tengo hasta el 2021 para resolver este peo".

Jorge Cajías

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