Conmemoración Auschwitz

 

El 27 de enero de 1945 tropas soviéticas llegaron al campo de exterminio de Auschwitz, en la última etapa de la II Guerra Mundial. Aunque eran muchos los ciudadanos del mundo que entonces sabían del programa de aniquilamiento que el régimen de Adolf Hitler estaba ejecutando contra el pueblo judío, sólo ese día comenzó a conocerse el alcance y la dimensión que había alcanzado la política de intolerancia racial y cultural del Tercer Reich. En Auschwitz, tal como ha escrito Elie Wiesel, no murió sólo el judío sino también el hombre y la civilización.

 

Pensar y escribir sobre Auschwitz es atravesar por Belzec, Majdanek, Treblinka, Chelmno, Sobibor y muchos otros campos cuya finalidad era la liquidación de seres humanos. Es referirse a una historia de humillaciones, boicots, palizas, exclusiones de toda índole, regulaciones y prohibiciones, quema de libros, ataques físicos, separación de familias, torturas inimaginables, fusilamientos, decapitaciones, cámaras de gas y un sin fin de sufrimientos que Hitler y sus seguidores le propinaron a ciudadanos indefensos, uno a uno, uno tras otro, hasta sumar más de seis millones de vidas que fueron liquidadas por el hecho de pertenecer a un pueblo. Pero no sólo: el régimen nazi también asesinó a 3 millones de prisioneros soviéticos; a 3 millones de católicos polacos; a 700 mil serbios; a 250 mil gitanos; a 80 mil alemanes; a 70 mil disminuidos alemanes; a 12 mil homosexuales; a 2500 testigos de Jehová.

 

Una de las mayores tragedias de nuestra modernidad debe ser que, aún después de la capitulación de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, las prácticas genocidas no hayan terminado con Auschwitz. Más tarde de 1945 hemos tenido las masacres o programas genocidas en la Unión Soviética (los GULAG), Camboya, China, La India, Bangladesh, Birmania, Indonesia, Sri Lanka, Timor-Oriental, Irán, Nigeria, Sudán, Ruanda y Burundi, Uganda, Etiopía, Guatemala, El Salvador, Paraguay, Turquía y Yugoslavia, y aún podrían listarse muchos más. En escuetas palabras, debemos admitir que todavía no hemos salido de la era de los genocidios.

 

El Holocausto es nuestra tragedia contemporánea. Ella metaforiza todos los horrores a los que puede llegar el ser humano sobre la base de presupuestos ideológicos, raciales e históricos. En el siglo XX se liquidaron las vidas de más de 100 millones de personas porque eran negros o blancos o pobres o gitanos o judíos o bosnios o bolcheviques o amarillos o tamiles o rusos blancos o babistas o conservadores o ricos o musulmanes o hutus o católicos o kurdos o armenios o eslavos o indígenas o sijs o achés o niños de la calle. El expediente es tan diverso y desmesurado, que la conclusión que de él se deriva es urgente y obvia: la prevención del genocidio debería ser común a todos, más allá de las necesarias y respetables diferencias de pensamiento e intereses que existen en todas las sociedades.

 

Para que El Holocausto no se repita la herramienta más potente en manos de la civilización es la de la memoria. Recordar lo ocurrido, hacerlo tema de las conversaciones, expresar nuestra repulsa, participar en la divulgación de lo que ello significa: tales son las oportunidades que la conmemoración de los 60 años de la liberación de Auschwitz nos permitirá el próximo jueves 27 de enero de 2005. En tanto que todo proyecto genocida constituye un doble crimen (la aniquilación física y la desaparición de la memoria del asesinato cometido), todo cuanto pueda hacerse por regresar el tema a un lugar preponderante de la opinión será una manera de derrotar la proyección de la figura del genocidio.

 

Muchos países se están preparando para garantizar que sean millones y millones los ciudadanos del mundo que se otorguen a sí mismos un momento de reflexión sobre lo que Auschwitz significa para cada uno de nosotros. Naciones como España, por ejemplo, ha establecido que el 27 de enero sea en lo sucesivo, Día de la Memoria del Holocausto y de Prevención de Crímenes Contra la Humanidad. En Polonia, Alemania, Rusia, Francia, Inglaterra, Italia y otros, se realizarán importantes actos y encuentros.

 

Me he permitido escribir esta carta con el único propósito de compartir un interés y una preocupación que merece tu adhesión y esfuerzo multiplicador. Todo lo que pueda informarse y divulgarse será en beneficio de la memoria necesaria y comprensiva, aporte sumado a la tarea que nos asegure que Auschwitz no volverá a repetirse.

 

Recibe mis saludos y buenos deseos.

 

Nelson Rivera

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